29 de febrero de 2012



El señor Ross tenía una pequeña tienda de golosinas en Brooklyn a la que íbamos todos los niños del barrio. También vendía cromos porque, en realidad, esa era su verdadera pasión. Si te faltaba uno, se lo decías y en un par de días lo tenía. Gracias a él conseguí el de Babe Ruth, el cromo más solicitado, y pude completar la colección de jugadores de béisbol. El señor Ross era muy simpático aunque algo nervioso y huidizo. Años más tarde circulaba el rumor de que, durante una monumental discusión con su anciana madre, ésta le rompió un cromo de Shirley Temple y que él no se pudo contener.