4 de junio de 2012



Aunque sus ideas nos perjudicasen a muchos de los chicos que, por aquel entonces, vivíamos en el Bronx, aún me acuerdo del reverendo O’Malley todos los días cuando, al afeitarme ante del espejo, veo mi nariz partida. Nunca dudé de sus buenas intenciones ni de su entrega hacia nosotros, pero sí de su inocencia y mala suerte. Como nuestro barrio tenía unos altos índices de delincuencia, decidió abrir un gimnasio con la ayuda de un antiguo boxeador para reconducirnos por el buen camino. Pero lo que el reverendo no pudo prever es que su idea les dio alas a los más violentos, que sacudían a los más enclenques, como yo, cada vez que no cedíamos a sus chantajes.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Muggsy Spanier - Lonesome Road (http://www.youtube.com/watch?v=yqEwcGPO_UY)