23 de octubre de 2012



Boniface Troussard nunca había sentido tal impresión hasta aquel día en que, procedente de su Orleáns natal, descendió del tren y pisó por primera vez la estación de Austerliz para cumplir sus deseos de conocer la gran ciudad. El hecho de haber experimentado la sensación de la velocidad se unió al bullicio generado en París por la celebración de los Juegos Olímpicos que en aquel año de 1900 se hicieron coincidir con la Exposición Universal. El asombro desbordó a Boniface porque de una manera inconsciente se sentía que formaba parte del futuro, aunque en realidad fuese uno de los tantos que vivía maravillado por aquellos momentos. Es por eso que, cuando se dio cuenta de que el automóvil, pese a su incipiente producción, era aún un artículo de lujo para unos pocos privilegiados, decidió contribuir al progreso de su país ideando un medio de transporte alternativo, económico y asequible para todo el mundo. Tras intensos meses de trabajo y salvo por alguna que otra nota de prensa que informaba de manera sensacionalista sobre un importante número de contusionados que se produjo en apenas unas horas, poco más se supo de Boniface, salvo que, tiempo después, un tal Laurent Sevignac, conocedor de su malogrado ingenio, se le ocurrió reducir las ruedas y poner una puntera para frenar, obteniendo con ello un gran éxito, especialmente en el público infantil.

·Fondo musical para acompañar la lectura: Francis Poulenc - Sonate pour flute et piano (Jean-Pierre Rampal) (https://www.youtube.com/watch?v=t4whSBaeCiE)