3 de octubre de 2012



Hans Friedhofer heredó un rasgo familiar que acabó contagiando a su mujer Hildegard tiempo después de contraer matrimonio en la iglesia de una pequeña aldea de Renania. Ese rasgo era su imperturbable seriedad. Al principio, Hildegard trató de corregir esa incomodidad como mejor pudo, incluso pensó que el semblante de su marido cambiaria cuando decidieron emigrar a la tierra de la gran promesa ante el surgimiento del nuevo régimen que llevaría a Europa a la guerra. Ella sabía de la gran afición de Hans por las novelas de Karl May y por ello pensó que el inicio de una nueva vida en los escenarios que tantas veces él había imaginado durante sus lecturas juveniles suavizaría su rigidez, dándole un nuevo aire a su convivencia. Pero las ilusiones de Hildegard se disolvieron con el paso de los días porque Hans, que siempre fue un buen hombre que regentó su pequeño restaurante con rectitud y meticulosidad, se le acentuó aún más su rasgo genético adquiriendo la fisonomía de un indio viejo, como Winnetou, con lo que Hildegard, por amor, decidió solidarizarse con él y así, al menos, tener la fiesta en paz.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Marek Weber und sein Orchester- Es muss was wunderbares sein (http://www.youtube.com/watch?v=GzJ_3fj3MI8)