26 de septiembre de 2012



No, no quiero que piensen que esto es una confesión, ni mucho menos que crean que les voy a desvelar algún siniestro suceso de mi pasado familiar, porque no lo hubo, aunque algo tiene de revelación, ya que es la primera vez que me atrevo a expresar en público mis sentimientos. Según la imaginación de mi padre somos descendientes de una distinguida dinastía austrohúngara. Por ello, fieles a sus ínfulas aristocráticas, me bautizaron con el nombre de Roderick. Pero para mí fue una verdadera cruz desde que tuve uso de razón. En el colegio, como después pasó en el instituto, y a pesar de mis esfuerzos por agradar a los demás, la realidad es que los chicos me rehuían y las chicas, simplemente, apartaban la mirada. Tuvieron que pasar muchos años para que escuchase por fin unas palabras amables hacia mí persona. Fueron del Sr. Kozinsky, el que sigue siendo mi jefe, cuando me dijo que poseía unas innatas dotes de persuasión como inspector de hacienda. Aunque aún sigo sin entender exactamente lo que quería decir, me levantaron el ánimo. Hasta hoy. Se me olvidada, yo soy el niño que está en primer término.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Hermann von Stachow - Zigeuner, du hast mein herz gestohlen (http://www.youtube.com/watch?v=ffrMcu4HVO8&feature=relmfu)