8 de noviembre de 2012



La tía Adeline tuvo un carácter complicado que, unido a su miopía y a ese leve pero sempiterno levantamiento de ceja, hacía que muchos de sus amigos prefiriesen tenerla a cierta distancia. Y no era para menos, porque sus actos, y dada su deficiencia visual, casi siempre afectaban al menos indicado. La tía era la secretaria de Milton Hopkins, ni más ni menos que el rey de la venta de coches en Cincinnati, como a él gustaba llamarse en sus anuncios publicitarios. Milton, que llevaba su profesión de comercial en la sangre, era un tipo simpático, lenguaraz y seductor que siempre trató muy bien a la tía Adeline. Pero ella, sintiéndose querida, confundió la amabilidad con el amor y no se le ocurrió otra cosa mejor que enamorarse de él. Los intentos de mamá y la abuela de hablar con ella, conocedoras de tal situación y por temor a que pudiese meterse en un buen lío, fueron infructuosos, ya que los celos hicieron que la tía acabase incrustando su máquina de escribir en el cráneo equivocado, el de una mujer a quien en aquellos momentos Milton enseñaba un Buick descapotable con demasiada cortesía. Luego, en comisaría, la tía supo que su mala puntería le supuso a la esposa de Milton doce puntos en la cabeza y a ella una elevada suma de dinero por daños y perjuicios.

· Fondo musical para acompañar la lectura: The Shirelles - Will you love me tomorrow (http://www.youtube.com/watch?v=LVNUd6J5CQA)