12 de noviembre de 2012



Los tiempos que les tocaron vivir a Nicholas y Edna no fueron fáciles porque pese a sus anhelos, las circunstancias, casi siempre caprichosas, les empujaron a recorrer algún que otro camino zigzagueante. Pero, al igual que tantos otros, fueron sorteando los obstáculos de la mejor manera que pudieron. Y cuando Nicholas se asentó como vendedor en una tienda de electrodomésticos y la pequeña peluquería de Edna comenzó a marchar bien, tuvieron por primera vez la sensación de tener la suficiente seguridad para encarar el día a día. Además, era un matrimonio poco proclive a los excesos, lo justo como para llevar a los niños unos días de vacaciones a la playa y permitirse de vez en cuando una niñera para poder salir a cenar con los amigos. Nicholas tampoco tenía aficiones caras, salvo ver los fines de semana los partidos de béisbol por televisión. Y así fueron pasando los años, y sus hijos creciendo, hasta que el bullicio de siempre se convirtió en silencio cuando su quinto vástago se marchó del hogar. Ese día, el primero en el que se quedaban los dos solos, Nicholas quiso inmortalizarlo de la misma manera que aquella fotografía que se habían hecho 35 años atrás, de recién casados, cuando estrenaron la casa. Pero ahora era diferente. Él, con esa ligera sonrisa contenida, pensaba en su cercana jubilación y en que después tendrían todo el tiempo del mundo, y ella, quien en ese momento preparaba la mesa para comer, no quiso darle importancia a la ocurrencia de su marido, porque sabía que tarde o temprano vendría la algarabía de los nietos, como le solía pasar a casi todo el mundo.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Louis Armstrong - We have all the time in the world (https://www.youtube.com/watch?v=RMxRDTfzgpU)