30 de noviembre de 2012



Mi padre no fue el mismo a partir de aquel 3 de mayo de 1969, cuando una llamada telefónica le comunicó que habían detenido a nuestro hermano Ricardo en el aeropuerto de Toronto. La esperanza de la familia, el estudiante ejemplar en el que nos teníamos que fijar los demás hijos y al que acababan de conceder una prestigiosa beca para estudiar matemáticas en la universidad de aquella ciudad, le habían arrestado al bajarse del avión. Desde un primer momento y entre sollozos, mi padre lo achacó a sus vestimentas que, según él, que era un respetable inspector de hacienda, eran demasiado extravagantes. Decía, además, que la tez morena de Ricardo, que era nuestro rasgo genético familiar más característico ya que éramos oriundos del sur, hacía destacar si cabe aún más los collares, las camisas y los chalecos estampados que se ponía. Recuerdo que, aunque mi padre se sentía muy orgulloso de sus resultados académicos, siempre le insistía que debía quitarse el bigote, hacerse una raya en el pelo y ponerse corbata, ya que así los catedráticos le tomarían más en serio. Pero mi hermano, que ya en el instituto había sentido la llamada del “hippismo”, le replicaba que nada tenía que ver la vestimenta con la sapiencia. Pero lo peor fue que, a pesar de su brillante cabeza, Ricardo era un ser muy tímido y cuando los agentes le invitaron a que se identificase, no se le ocurrió otra cosa que improvisar un nombre para salvaguardar su integridad. No supimos de donde lo sacaría, ni tampoco como solucionó el asunto, ya que las noticias posteriores que tuvimos de él fueron tan escasas como ambiguas. Sospechábamos que había abandonado las matemáticas, y aún así, para evitar males mayores, no quisimos decir nada a mi padre.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Jimi Hendrix - Little wing (https://www.youtube.com/watch?v=a9-2vjzhwrs)