23 de noviembre de 2012



Siempre nos consideramos niños normales. Cierto era que vivíamos a las afueras de una pequeño pueblo, en una casa grande rodeada de árboles. Nuestros padres tampoco se relacionaban demasiado con aquellas gentes, incluso les suscitaban un extraño miedo, aunque estas tampoco escatimaban al ponerse a murmurar a nuestro paso, cuando salíamos de paseo. Por ello vivíamos aislados, ajenos a todo lo que sucedía más allá de la verja de la finca. Una de las pocas conexiones con el mundo exterior era el colegio, donde mis hermanas y yo tampoco nos prodigamos en amistades, mas bien al contrario, notábamos que los otros niños se inquietaban con nuestra presencia y nos hacían el vacío. Pero no nos importaba, porque estábamos acostumbrados, como suponemos que le pasaría a cualquier hijo de actores, porque papá y mamá eran actores de teatro, aunque siempre hicieron papeles secundarios, de espectros o de cadáveres, cosas de las obras góticas que les tocaba representar, lo que les creó fama de siniestros. Nosotros solo tratábamos de seguir sus pasos, imitando algunas de sus escenas en nuestros juegos cuando venían las visitas. Pero todo empezó cuando provocamos un infarto a la pobre Sra. Jones.

· Fondo musical para acompañar la lectura:  J. S. BACH - Largo del Concierto nº 5 en Fa menor BWV 1056 - Glenn Gould (Piano) (https://www.youtube.com/watch?v=CyKXhoxj9b0)