19 de diciembre de 2012



Mi abuelo Walt nunca tuvo demasiada suerte en la vida a pesar de que fue un gran soñador. Ello tampoco quería decir que hiciese lo justo para poder dedicarse a holgazanear el resto del tiempo, como le sucedía a muchos de sus amigos. No, no se engañen, él se presentó a cada una de las oportunidades que se le cruzaron por su camino, aunque no fuesen demasiado prometedoras. Decía, mientras esbozaba una sonrisa, que las cosas venían así y que había que aceptarlas. Porque el abuelo, según me contó mi padre, tenía un sentido del humor muy sutil y una gran capacidad de adaptación. Le daba igual todo eso del reconocimiento y del estatus social porque él sólo quería soñar. Sin embargo, el destino pareció reconciliarse con él, proporcionándole el que sería el único golpe de suerte de su vida al ganar por primera vez un premio. Ya era socio del club de jubilados cuando sus directivos, por la cosa de la Navidad y de los nietos, decidieron organizar una fiesta dos días antes de Nochebuena. Y por darle más veracidad al asunto, convocaron un concurso en el barrio para encontrar al que tuviese un mayor parecido con Santa Claus. El abuelo Walt sólo tuvo que ponerse un gorro rojo, porque la barba ya la tenía. De hecho, era la única barba que no era postiza. No recuerdo que premio le dieron, porque era muy pequeño. Mi padre tampoco, pero me contó que el abuelo se había emocionado mucho.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Bob Wills - Santa is on his way (http://www.youtube.com/watch?v=v9hirFHx2J4)