31 de enero de 2013



Gusztáv Herczeg fue un niño flácido y débil pero con una temprana y desbordante habilidad para la imitación que le hizo muy popular en Homrogd, el pequeño pueblecito que le vio nacer. Según cuentan, su madre descubrió tal asombro cuando en una tarde de invierno, con apenas cuatro años de edad, Gusztáv imitó simultáneamente los movimientos de su abuela mientras ésta arreglaba un jersey de lana en el salón de la vivienda familiar. Poco a poco todos se fueron dando cuenta que bastaba con que estuviese unos minutos ante cualquier persona para que después reprodujese todos sus gestos y tics con una insólita precisión. Sin embargo, lo que empezó casi como un juego de niños se convirtió después en una exitosa carrera artística que le hizo recorrer los principales escenarios húngaros. Pero Gusztáv se impuso llevar el arte de la imitación hacia otras dimensiones, aunque era consciente de que, para mantener su estatus, debía seguir representando los números que le solicitaba su entusiasmado público, aquellos en los que imitaba a políticos y figuras muy conocidas de su país. Sea como fuere, con el paso de los años y transformándose en tantas personalidades, llegó un momento en el que Gusztáv no pudo discernir cuál de ellas era su yo real. No hay muchos más datos sobre su vida, salvo un único documento gráfico que apareció entre las páginas del diario del Dr. Laszló Kádár, el director del sanatorio mental de Öcsöd donde Gusztav pasó sus últimos años. Al parecer, según los escritos del psiquiatra, se hallaba preparando el número que para él debía ser su obra maestra. Una imitación de la célebre carga de la Brigada Ligera de la caballería británica en la Batalla de Balaclava, y que dejó inconclusa debido a su frágil salud.

· Fondo musical para acompañar la lectura:  William Stromberg conducts The charge of the Light Brigade (Max Steiner) (https://www.youtube.com/watch?v=-Dw99l86FQQ)

30 de enero de 2013



El primo Werner jamás fue una lumbrera en el colegio, ni tampoco fuera de él. Pero si había algo que le definía eso era su gran vitalidad. A pesar de que nunca salió de la pequeña localidad tirolesa de Entbruck y no se sabe muy bien por qué extrañas casualidades del destino, el caso es que se entusiasmó cuando oyó por primera vez la palabra Rock. La tía Hannah decía que esas veleidades eran cosa de la influencias de la radio que comenzaban a trastornar a una generación de buenos chicos, como era la del primo. Una modernidad que comenzó a convertirse en una gran preocupación para los ancianos del lugar. Mal asunto, pensaban, ya que esos estruendos procedentes de la ciudad ponían en riesgo a las bellas melodías del folclore autóctono que se habían transmitido durante siglos de padres a hijos y que tantas veces habían cantado. Sea como fuere, el primo se reunía con sus amigos a tocar en los ratos libres que le dejaban sus tareas en la granja paterna. Una pena, solía exclamar la tía Hannah en voz alta para que lo oyese el primo, quien procuraba no darse por aludido. Pero yo sabía que éste, a pesar de su escaso talento y lejos de cualquier actitud de rebeldía, le gustaba todo aquello por la simple razón de que era algo mucho mas movido y divertido que cantar odas a las ovejas y a las flores.

· Fondo musical para acompañar la lectura:  The Baseballs - Umbrella (https://www.youtube.com/watch?v=b4pxUgKu-Xc)

29 de enero de 2013



La tía Brigitte me contaba que el tío Hyacinthe fue un joven muy apuesto que exhalaba tal encanto, que no había chica que se diese la vuelta cuando él pasaba ante ella. Yo pensaba que la tía era un poco exageraba, ya que sabía por mi madre que el tío fue un niño mimado. De hecho, era el único varón que tuvieron los abuelos después de cuatro hijas. Sin embargo había algo en él que me fascinaba a pesar de que había muerto hacía muchos años. No lo podía evitar y seguí con mis indagaciones. Descubrí que sólo tuvo dos vocaciones en su vida, teniendo que abandonar una de ellas a causa de su falta de aptitudes. Pero que en la otra, al parecer, se reveló como un auténtico virtuoso hasta el final de sus días, aunque en sus últimos años los achaques disminuyeron ligeramente su intensa actividad. Según dicen, el tío Hyacinthe no se amedrentó por ello y, gracias a su inteligencia, supo combinar ambas pasiones. Porque el tío quiso ser cantante y seductor. Es por ello que siempre acudía a las citas cargado con su radio de válvulas portátil. Y después, en apartados rincones del parque Monceau, encendía el aparato e iniciaba el arte de la conquista con unas cuantas imitaciones de algunos cantantes, los que pusiesen en esos momentos por la radio. Lo que, por otro lado, le convirtió con el tiempo y sin quererlo en uno de los más reputados expertos musicales de París.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Julien Peyronnin & Pierre Daragon - Si tu reviens (https://www.youtube.com/watch?v=f1EMDvv0Zv8https://www.youtube.com/watch?v=f1EMDvv0Zv8).

28 de enero de 2013



Aunque Cyril Ainsworth y sus hijos Brandon y Casey jamás salieron de la pequeña población de Ellis, Kansas, alcanzaron sin quererlo una efímera popularidad que, durante un tiempo, trastocó sus faenas cotidianas en la granja de su propiedad. Los Ainsworth fueron los primeros en quedarse estupefactos por el revuelo mediático que se originó en torno a ellos. Al fin y al cabo, no tenían la culpa de que el mundo cambiase tan rápido y de que no pudiesen dominar sus sentimientos. Como tampoco comprendieron que despertasen tanto interés, porque ellos eran unos modestos granjeros entregados a sus labores del campo que, al igual que todo el mundo, podían maravillarse al ver algo nuevo. Pero lo que les diferenciaba de los demás fue, precisamente, lo que captó Robert Dawson, el reportero gráfico que les descubrió. Los Ainsworth tenían tal capacidad para el asombro que se quedaban estáticos como estatuas durante horas, como sucedió cuando vieron por primera vez la cámara fotográfica de Dawson. Ello motivó una peregrinación de curiosos que pudieron comprobar como los Ainsworth se paralizaban cada vez que les mostraban un aparato moderno. Los científicos que se acercaron hasta allí dictaminaron que era un trance inexplicable producido por causas naturales y del que ellos mismos no eran conscientes. Desbordado por los acontecimientos, el alcalde de Ellis tomó cartas en el asunto, ya que la expectación causada había retrasado demasiado el trabajo de los Answorth. Y no sólo porque fuesen personas muy queridas en el lugar, sino que la comarca dependía del trigo que ellos cosechaban.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Frank Stokes - I Got mine (https://www.youtube.com/watch?v=-2H-vaDuQkw).

26 de enero de 2013



Eran otros tiempos. Y aunque había cosas que estaban mal vistas, la verdad es que había quienes no podían evitar seguir su instinto, lo que los llevaba a hacer ciertas cosas de una manera más disimulada. La hipocresía de aquella sociedad puritana era así, aunque bajo su amable apariencia ocultasen sus miserias y sus perversiones. Y si eras mujer, las cosas eran aún más difíciles. Pero Marie y yo supimos sortear los obstáculos, aunque ello nos costase algunos sacrificios, como escaparnos aquellos días a hurtadillas, lejos del asfixiante ambiente en el que vivían nuestros padres en Boston. Cierto era que había tugurios de música y baile donde nos podíamos explayar sin temor a las miradas maliciosas. Pero no era cuestión de exponerse a los típicos depredadores nocturnos al acecho de una presa. Imagino las cosas que se les estarán pasando por sus calenturientas mentes. Sí, en eso han acertado, mi amiga y yo éramos muy liberales. Tanto como para coger el automóvil de mi hermano sin que él se diera cuenta, de ahí la táctica de ir a hurtadillas, y marcharnos unos días de acampada a la playa. Marie necesitaba respirar aire puro, ya que no había levantado cabeza desde que el idiota de su prometido la abandonó dos días antes de la boda. Y yo, simplemente, intenté animarla. Al fin y al cabo era mi mejor amiga.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Bix Beiderbecke and his Gang - At the jazz band ball (https://www.youtube.com/watch?v=ZxP0cf1bpTM)

25 de enero de 2013



Ya sé que la vida es muy complicada. Es lo que te suelen contar los mayores. En mi caso, sobre todo mi padre, que estaba empeñado en que yo estudiase la carrera de económicas, porque él tenía una tienda de ultramarinos y que mejor heredero del negocio que su hijo, pensaba. Y si tenía estudios, mejor todavía. Sin embargo, mi ejemplo era el tío Norbert, quien llegó a ser un ídolo para mí, aunque mi padre le detestase profundamente porque siempre le había tachado de ser un tarambana. Pero a mí me gustaba. Era algo, como diría, natural. De hecho, cuando fui mayor descubrí más cosas sobre él que mi padre jamás me había contado. Desgraciadamente, y como suele pasar, la historia le sumió en el olvido. Les hablo en estos términos, porque en realidad mi tío Norbert fue el gran ideólogo de la costa Oeste. Ya sé que pensarán que exagero, algunos incluso dirán que alucino, pero es la pura verdad. Sí, gracias al tío Norbert existió el surf, The Beach boys, The Doors, Malibú, el germen del espíritu hippie de San Francisco y todo lo que eclosionó alrededor de aquello. Y fue un pionero, ya que se atrevió a construirse una casa en la playa. Pero al tío, que tampoco era un Apolo, sólo le falló una cosa importante que lo condenó a la desgracia, al olvido y a que los de Vogue le ignorasen: su gusto por los bañadores.

· Fondo musical para acompañar la lectura: The Pharos - Pintor (https://www.youtube.com/watch?v=iXspHpH_Jbo)

23 de enero de 2013



Nunca podré olvidar a Balthasar Luttenberger y a Otto Herbst. Desde el día en que los conocí en la facultad de Derecho de la Universidad de LübecK nos hicimos amigos inseparables. Yo venia de un pequeño pueblo de la Baja Sajonia y era la primera vez que iba a la gran ciudad. Ni si quiera pude imaginar cuando les vi por primera vez que, en ese momento, la vida comenzaría a abrirse ante mí y que ellos serían mis guías espirituales. La modosa existencia que había llevado hasta entonces se transformaría con ellos en un torrente de emociones. Sobre todo las que surgirían en la vida nocturna. Podría contarles infinidad de anécdotas, porque a pesar de la edad, mi memoria sigue intacta. Les podrá parecer una nimiedad, pero hay una de ellas que recuerdo con mayor afecto, además de ser una de las pocas de la cual conservo la prueba del delito. Fue un sábado, creo que en mayo. El caso es que Balthasar y Otto se habían vestido de mujer con la peregrina idea de introducirse en la toilette de las chicas para desentrañar el misterio de la táctica de ir en grupo y ver después lo que sucedía allí. A mi, claro, me daba vergüenza y, en un golpe de ingenio, a Otto se le ocurrió que debíamos de aprovechar mi debilidad. Iría con un traje imponente, acompañando a mis amigos travestidos, por la cosa de ahuyentar a los posibles donjuanes. No se pueden imaginar la que se lió. Sería largo de contar. Pero lo que no pudimos entender durante el regreso a la pensión fue qué es lo que había fallado para que a Balthasar y Otto les descubriesen tan pronto.

· Fondo musical para acompañar la lectura: André Dassary - Reite, kleiner reiter! / Vole, Cavalier Fidèle! (https://www.youtube.com/watch?v=B1SLNs0UkOQ)

22 de enero de 2013



Siempre pensé que mi abuelo debió de dedicarse a escribir cuentos. No sé muy bien por qué, pero llegó un momento en que al escuchar sus historias tuve la rara sensación de que poseía una desbordante imaginación. Cuando éramos niños, mi hermano y yo, simplemente, nos dejábamos llevar por el asombro que nos producían sus historias. De hecho era un gran narrador que utilizaba constantemente la mímica para intensificar los hechos que nos describía. Era para nosotros un espectáculo verle y oírle. Pero fuimos creciendo, como también empezaron nuestras sospechas y, sin embargo, a pesar de ello, el abuelo siguió en las mismas. Ahora creo que su actitud era una forma inconsciente de resistirse al paso del tiempo, como también que se percató de que le resultaba cada vez más difícil hacer creíbles sus hazañas. Por ello comenzó a apoyarse en viejas fotografías. Hasta que le descubrimos con aquella que nos mostró para intentarnos convencer de que estuvo a punto de ser fusilado por los alemanes. Mi hermano, que había visto muchas películas de guerra, le espetó de golpe que aquellos tipos eran del ejército australiano. Más tarde supimos por mi padre que el abuelo jamás salió de Toulouse. Ni tan siquiera pudo alistarse, porque era cojo, por una poliomielitis que tuvo en su infancia.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Adrien Lamy & Maurice Alexander - C'est un mauvias garçon (https://www.youtube.com/watch?v=zu_2VcL8lZ4)

21 de enero de 2013



Aunque era muy pequeño, y pese a lo que pueda parecer, no corrió la sangre. La verdad es que aquel cumpleaños me dejó marcado para siempre. No recuerdo exactamente la edad que tenía, aunque calculo que entre cuatro o cinco años. Pero aquel día no era mi aniversario, sino el de Timothy, el que fuera mi gran amigo de la infancia. Mi padre inmortalizó el evento justo cuando el progenitor de Timothy hizo acto de presencia de la manera más aparatosa y, aún así, tan sólo le costó unos cuantos pelos de la cabeza quemados por las velas. El padre de Timothy siempre fue un hombre muy torpe que tenía la extraña habilidad de provocar las situaciones más estrafalarias. El interruptor de la lámpara del techo se había roto y él, simplemente, por ayudar a que mi padre obtuviese el efecto de luz deseado, intentó apagarla de la mejor forma que se le ocurrió. Nadie pudo explicar como lo hizo, pero la escalera se cayó al suelo, la bombilla se fundió y él se quedó colgado con el pie enganchado en la cadena de la lámpara. Mi padre, además de conseguir fotografiar la atmósfera que buscaba, logró captar la alegría de nuestras madres justo una milésima de segundo antes del estruendo que provocaron sus gritos y de que mi amigo Timothy y yo nos cayésemos al suelo.

· Fondo musical para acompañar la lectura: The Chiffons - He's so fine (https://www.youtube.com/watch?v=rinz9Avvq6A)

19 de enero de 2013



El tío Francis fue un hombre muy bruto que se hizo a sí mismo. Tras acabar malamente el colegio se puso a trabajar como vendedor de periódicos para después ir desfilando por multitud de trabajos que tampoco voy a enumerar por la cosa de no aburrirles. Sea como fuere, el tío Francis acabó montando su empresa, una constructora, y eso que apenas sabía lo que era un ladrillo. El caso es que se convirtió en un nuevo rico y a medida que crecían sus cuentas, también aumentaba su ego. A mi padre le molestaban sus aires de superioridad y siempre que se hablaba del tío en casa, él zanjaba la conversación diciendo que era un chanchullero. Pero a mí me hacía mucha gracia el tío Francis, porque a pesar de sus trajes caros, seguía siendo el mismo patán de siempre. Todavía me acuerdo del sonoro obsequio de cumpleaños que le hizo a la tía, porque él, decía, le gustaba hacer las cosas a lo grande. Y ahí les tienen, a mi tío, el del traje y pose altanera, a mi padre sin saber que cara poner, y a mi madre, con su eterno pelo revuelto y gesto adusto. Yo creo que en el fondo envidiaba a la tía, la que lleva la chilaba neohippie, porque ese era el día de su aniversario y todo lo demás, la montaña que le regaló el tío Francis. Algo que estaba fuera del alcance del bolsillo de mi padre.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Clarence William's Blue Grass Foot Warmers - Senorita Mine (https://www.youtube.com/watch?v=tYGzmXmoR_Y)

18 de enero de 2013



Aunque mi padre fue un obediente empleado de una compañía telefónica y mi madre una mujer que compaginaba su trabajo como vendedora en una tienda de cosméticos con las tareas del hogar, lo cierto es que ellos siempre quisieron sentirse revolucionarios. Y aún así, siempre procuraron mantener las formas de cara a los demás, porque en el fondo les preocupaba mucho las apariencias, lo que los vecinos pudieran pensar de ellos. Al fin y al cabo, era un matrimonio que siempre había mantenido las formas de una manera intachable, incluso cuando invitaban a casa a sus amigos más íntimos. Teníamos fama de ser la familia ideal entre nuestros conocidos. Pura fachada, porque de vez en cuando les entraban sus pequeños ataques de insurrección en la intimidad, permitiéndose alguna que otra travesura como la que ahora ven. Recuerdo que mi padre se sentía muy orgulloso de ellas, porque creía que eran muy rompedoras y eso le hacía sentirse muy moderno. Por lo que mi hermana y yo procuramos, sobre todo a medida que nos hacíamos mayores, mantener su ilusión siguiéndole la corriente y no contarle nuestras cosas. Al fin y al cabo, pensaba, si le decía que había estado en Woodstock aquel fin de semana en vez de en casa de Charlie Walters estudiando el examen de Álgebra, podía suponerle un gran disgusto, no por la mentira en sí, sino porque yo le pudiese parecer más revolucionario que él.

· Fondo musical para acompañar la lectura: A clockwork orange OST - I want to marry a lighthousekeeper (https://www.youtube.com/watch?v=dKhso6odZpI)

16 de enero de 2013



Puede que después de lo que les cuente piensen de mí que soy un panoli. Pero la naturaleza me hizo así. Ya sé que es una justificación que les puede parecer recurrente y simplona pero, si les digo la verdad, sólo me preocupé de que me quisieran. Valentin Arsenault era un buen tipo, no muy brillante, pero con un gran sentido comercial que le llevó a trabajar como dependiente en una sastrería de renombre en el barrio parisino de Saint–German–des–Prés. Sin embargo, su éxito profesional contrastaba con su carácter débil y que sólo afloraba ante la presencia de su madre, Mme. Arsenault, una mujer férrea y autoritaria que enviudó muy joven. Es por ello que Valentin no se casó. Ni siquiera, al menos yo, tuve constancia de que llegase a tener asunto de faldas alguno. Pero, si les soy sincero, me daba igual, porque siempre me trataron muy bien, aunque la convivencia con ellos fuese complicada y me supusiese pequeños sacrificios, como hacer el ridículo con una chistera en la cabeza. Yo, como era agradecido, accedía siempre a sus caprichos procurando disimular como podía mi cara de resignación.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Marcel's & L'Orchestre Musette Gigetto - Le p'tit bal musette (https://www.youtube.com/watch?v=-PWFIkYWU10)

15 de enero de 2013



Siempre guardé un buen recuerdo de William, el que fuera el primer gran amor de mi vida. Como tampoco me olvido de los intensos momentos que compartimos. Pero las cosas llegaron a tal extremo que no pude continuar más, a pesar del amor que le profesaba. Y no, no le guardo rencor, quizá porque éramos demasiado jóvenes e inexpertos. Era un chico muy apuesto, tanto, que me dejó impresionada cuando le vi por primera vez en la sucursal del banco donde trabajaba. Él enseguida mostró un gran interés por mí, y tras darle largas durante unas cuantas semanas empezamos a salir. Les confieso que yo flotaba cada vez que me besaba. Sí, aquellos días los viví como si estuviera en otra dimensión. Pero el ensimismamiento me impidió pensar que ese ser perfecto podría tener sus defectos. Los descubrí cuando decidimos intimar un poco más, en su casa, aprovechando que sus padres estaban de viaje. Fue la noche más horrible de mi vida. Podía comprender que William se pusiese el pijama, ya que sabía que era un chico muy tradicional. Pero lo que jamás le perdoné fue que me tuviese la noche entera sentada en el taburete del tocador, besuqueándome todo el rato la mano, sólo porque no quería dejar ninguna huella en el dormitorio de sus padres ya que tenía miedo a que su madre, que era muy maniática y severa, descubriese que había estado con alguien. Pero yo, a pesar de sus excusas y de mis sentimientos, rompí con él justo cuando empezó a amanecer.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Gene Austin - My blue heaven (https://www.youtube.com/watch?v=5w-_xbBmXJ4)

14 de enero de 2013



Yuri Timoshenko nunca le dio importancia a su enorme creatividad porque su verdadera vocación fue la marina, aunque ejercería dentro de la misma como cocinero en un gran acorazado. Su nombre no hubiese salido a la luz si no fuese por Boris Matushenko, en aquel entonces un prestigioso historiador de arte quien, rebuscando en el archivo de la Biblioteca Nacional de Rusia en Moscú, creyó encontrar en una serie de antiguas fotografías lo que podría ser el auténtico origen del Constructivismo Ruso. Al parecer, Timoshenko se había hecho muy popular entre la tripulación al dedicarse en sus ratos libres a colocar los productos y el utillaje de cocina, combinando sus formas y colores con un gran sentido de la armonía en su intención de hacer algo más acogedor el aséptico escenario del barco. Lo que llevó a sus compañeros a fotografiarse en varias ocasiones ante sus composiciones dada la originalidad y la extraña belleza que emanaba de las mismas. Sea como fuere, lo cierto es que las teorías de Matushenko provocaron tal revuelo en las esferas artísticas de la época que acabaron con su reputación. Algo que jamás llegó a saber, y ni tan siquiera a imaginar, el propio Timoshenko, de cuya abundante y efímera producción tan sólo se conocen unas pocas piezas, las que aparecen inmortalizadas junto con sus camaradas de a bordo en las escasas instantáneas que halló Matushenko.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Ekaterina Yurovskaya - Menya ne greet shal (https://www.youtube.com/watch?v=EoLfe60jyKI)

11 de enero de 2013



Yo soy normalmente el otro yo. Es decir, la conciencia. La que me permite la libertad de airear todo cuanto quiero de cada uno de los individuos que por aquí van apareciendo, incluso las intimidades, los sentimientos o las oscuridades, las que se ocultan bajo esa aparente y distinguida fachada con la que suelen mostrarse en las imágenes. Hoy, por ejemplo, soy el yo de ese hombre, el que lleva un buen sombrero, un abrigo de marca y unos zapatos muy caros, que camina tranquilo y seguro de si mismo porque los negocios marchan bien. No les diré su nombre. Ya sé, soy un diablillo, o como me quieran llamar, y es algo que no puedo evitar. Las cosas son así, como conciencia que soy de todos ellos. Pero hoy no voy a sacar a la luz su basura y le dejaremos pasear tranquilo, ya que ese día fue hace mucho tiempo, sino que les voy a confesar la mía, porque si les soy sincero, esa libertad me crea al mismo tiempo un cierto dolor de cabeza, una inquietud, por ese temor a exponer aquí y con cierta familiaridad las miserias de todos ellos, lo que me podría meter en un gran lío. Pero al final me sigo arriesgando, es algo innato en mí y, además, soy invisible. Pero en este caso me salva la probabilidad de que este hombre haya muerto hace mucho tiempo.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Allison's Sacred Harp Singers - Sweet Morning (https://www.youtube.com/watch?v=pxvI317-JCI)

10 de enero de 2013



Mi padre siempre quiso ser estrella del rock, como sus admirados Rob Tyner y Fred “Sonic” Smith, el cantante y el guitarrista de MC5. Por eso, ya en sus tiempos del instituto y embargado por el movimiento hippie, se entregó en cuerpo y alma a cantar y a tocar la guitarra, descuidando sus estudios para disgusto de mi abuelo, que era un respetable representante comercial de una fábrica de excavadoras en Tulsa. A mi padre le quería mucho pero comprendí, ya en mi adolescencia y por viejas grabaciones caseras, el fracaso de los diversos grupos musicales que lideró. Sin pretender ser descabellada, diría que se defendía como buenamente podía y, aún así, siguió empeñado en convertirse en héroe del rock. Nunca lo consiguió y, sin embargo, vivimos muy bien durante algunos años, porque un promotor de una televisión local le descubrió un día tocando en la calle. Mi padre pensó que había llegado por fin su hora. Y llegó. Pero como imitador de Frank Zappa, algo que según mi madre hacía muy bien, a pesar de que él detestaba el rock progresivo. Sí, he dicho durante algunos años, porque después vino lo de su calvicie y tuvo que reconducir su carrera. Pero eso quizá se lo cuente otro día.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Frank Zappa - Cosmik debris (https://www.youtube.com/watch?v=Dp6LT2MdaPI)

9 de enero de 2013



El tío Averell fue una verdadera calamidad desde sus tiempos del colegio. Algo a lo que se unió su temprana fama de juerguista y que él mismo pareció encargarse de acrecentar durante su juventud. El abuelo, que era un modesto tendero de Norwich, hizo lo imposible por reconducir a su hijo, lo que le costó algunas amistades, ya que aquel duraba muy poco en los diversos puestos de trabajo que desempeñó. Pero el tío Averell tenía un gran sentido del humor así como una gran capacidad para la ensoñación porque, pensaba, todo era cuestión de tener una gran idea y sacarle después el mayor beneficio posible y en la menor brevedad de tiempo. Un soñador, decía la abuela. Pero su imaginación no fue lo que se dice demasiado desmesurada, aunque él tampoco era consciente de ello. Por eso se dedicó a pergeñar infinidad de ideas, todas ellas peregrinas según mamá, para el Libro Guinness de los records. Nunca dieron los resultados deseados y, sin embargo, aún recuerdo aquella, cuando se bebío de un sorbo una botella de vodka con una pajita haciendo el pino.

· Fondo musical para acompañar la lectura: George Formby - With my little ukelele in my hand (http://www.youtube.com/watch?v=UxDeWddQocg)

8 de enero de 2013



Como suele ser de pura lógica, después de una ida viene la vuelta. Y así era en mi familia todos los meses de diciembre tras pasar unos días con los abuelos, los padres de mi madre. Unos días intensos en los que mis hermanos y yo no nos dábamos cuenta de nada, porque en un lugar soleado como la playa de Santa Mónica, donde tenían una casita los abuelos, poco ambiente navideño había, salvo por el hecho de que no teníamos colegio, porque había regalos y, sobre todo, por el silencio entre papá y mamá durante el viaje de regreso. Luego, con el paso de los años fui descifrando todo aquello. El abuelo, que llegó a ser gerente de una empresa de automóviles, nunca vio con buenos ojos a papá, que era un modesto empleado del departamento de recursos humanos de unos grandes almacenes, y por tanto, menos de lo que se merecía su hija. Pero mamá siempre estuvo muy enamorada y papá nunca ponía objeciones para ir a casa de los suegros por Navidad, aunque siempre acabase saliendo el fantasma de sus parcos ingresos. De ahí que papá siempre ideaba tretas para intentar terminar de una vez por todas con la mala opinión del abuelo, como ese año en el que adquirió un descapotable sin pensar que aquel, como era de suponer, adivinaría que era un vehículo de segunda mano.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Dick Dale - Let's go tripping (http://www.youtube.com/watch?v=W1gskj1VQR0)