28 de enero de 2013



Aunque Cyril Ainsworth y sus hijos Brandon y Casey jamás salieron de la pequeña población de Ellis, Kansas, alcanzaron sin quererlo una efímera popularidad que, durante un tiempo, trastocó sus faenas cotidianas en la granja de su propiedad. Los Ainsworth fueron los primeros en quedarse estupefactos por el revuelo mediático que se originó en torno a ellos. Al fin y al cabo, no tenían la culpa de que el mundo cambiase tan rápido y de que no pudiesen dominar sus sentimientos. Como tampoco comprendieron que despertasen tanto interés, porque ellos eran unos modestos granjeros entregados a sus labores del campo que, al igual que todo el mundo, podían maravillarse al ver algo nuevo. Pero lo que les diferenciaba de los demás fue, precisamente, lo que captó Robert Dawson, el reportero gráfico que les descubrió. Los Ainsworth tenían tal capacidad para el asombro que se quedaban estáticos como estatuas durante horas, como sucedió cuando vieron por primera vez la cámara fotográfica de Dawson. Ello motivó una peregrinación de curiosos que pudieron comprobar como los Ainsworth se paralizaban cada vez que les mostraban un aparato moderno. Los científicos que se acercaron hasta allí dictaminaron que era un trance inexplicable producido por causas naturales y del que ellos mismos no eran conscientes. Desbordado por los acontecimientos, el alcalde de Ellis tomó cartas en el asunto, ya que la expectación causada había retrasado demasiado el trabajo de los Answorth. Y no sólo porque fuesen personas muy queridas en el lugar, sino que la comarca dependía del trigo que ellos cosechaban.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Frank Stokes - I Got mine (https://www.youtube.com/watch?v=-2H-vaDuQkw).