8 de febrero de 2013



A lo mejor hoy esperan una historia sorprendente, enrevesada o de esas en que la cosa comienza de aquella manera y acaba de otra bien diferente. Pues no. Esta vez prefiero pecar de cauto y decirles que no les puedo prometer nada, porque es una cosa que le sucedió a mi prima Eve, con la que descubrí que el amor es ciego cuando se encaprichó de uno de esos encantadores de serpientes que venía con el cuento de que era un investigador marítimo al que le gustaba la acción y el peligro. Y les reitero lo de ciego, porque las veces que vi al sujeto estaba con la escafandra puesta, a punto de sumergirse, por lo que, a menudo me preguntaba si mi prima le había visto alguna vez la cara. Sea lo que fuere, a ella la recuerdo embelesada, con la mirada perdida. Estaba enamorada. Es por eso que, al ver el estado cataléptico de su hija, el tío Raymond decidió intervenir. Además, como viejo lobo de mar que era, se había percatado de las ínfulas que se daba el buzo que, por sus maneras, decía el tío, era el prototipo del típico caradura con una novia en cada puerto. Por ello, en uno de esos momentos en el que el susodicho estaba buceando en el muelle, el tío le quitó el tubo del aire, así, sin más. No, no pasó nada, porque le sacaron muy rápido del agua. Sólo que, ante la agresión recibida y, sobre todo, por el tío Raymond que, de lo bruto que era daba miedo, el tipo, temeroso, recogió sus cosas y desapareció lo más rápido que pudo. Eve conoció después a Bernie que, aunque no era nada del otro mundo, al menos le podía dar besos sin una escafandra de por medio.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Phil Phillips - Sea of love (https://www.youtube.com/watch?v=EroRtEUmZcU)