22 de febrero de 2013



A pesar de sus cuantiosos intentos con el petate al hombro en su deseo por descubrir nuevos horizontes, Manuel López nunca pudo salir de su pequeña aldea de Galicia. Sea porque tuvo que ayudar a su padre en el cultivo de sus tierras o después, cuando debió de prestar cuidados a su anciana madre a quien la enfermedad tuvo inmovilizada en su casa durante más de una década, el caso es que los sueños de Manuel se fueron quedando en eso, en simples sueños. No por eso, consciente de las dificultades que le tocaron vivir tras el fallecimiento de su progenitor, y lejos de tirar la toalla, Manuel consiguió con mucho esfuerzo una plaza como cartero en la que tenía que cubrir su municipio y algo más, la comarca entera y sus alrededores. Pero como era un hombre práctico e inquieto, enseguida puso su cabeza a dar vueltas para lograr una mayor eficacia en el reparto, porque la bicicleta, aunque le ayudaba a mantenerse en forma, acababa siendo un ejercicio muy fatigoso y, a veces, demasiado lento a causa de la orografía del terreno. Y es ahí donde comienza la leyenda, porque algunos dicen que Wernher von Braun, el ingeniero que años después lograría que el hombre llegase a la luna, hizo al parecer una escala en la aldea donde vivía Manuel antes de partir definitivamente a los Estados Unidos. Y aunque no sabía hablar castellano, conoció el ingenio que Manuel, en su inocente candidez, le había mostrado para hacer más óptima la distribución del correo. De ahí que algunos siguen defendiendo que Manuel López fue el verdadero pionero de la carrera espacial.

· Fondo musical para acompañar la lectura: The Three Flames [Tiger Haynes (guitar); Roy Testamark (piano) & Bill Pollard (bass)] - Blue Moon (https://www.youtube.com/watch?v=p6lO3pjGRrg)