12 de febrero de 2013



Por culpa de su sobrino Jeremiah, la que debía ser la obra magna de Hans Pfiffner acabó convirtiéndose, justo cuando llevaba apenas unos días en las librerías, en un tratado incomprendido, y hasta incluso denostado, por la mayoría de las instituciones académicas de la época. Algo a lo que contribuyó la fama que le precedía, cuando era profesor ayudante en la universidad de Göttingen, donde había sido tachado de díscolo y osado al exponer por primera vez sus revolucionarias teorías en una prestigiosa publicación científica sobre psicología. Al parecer, y ante el rechazo obtenido, Pfiffner emigró a América en busca de una mejor comprensión. Y aunque obtuvo una plaza en Yale, las habladurías continuaron persiguiéndole por las aulas. Aún así, Pfiffner siguió entregado en cuerpo y alma al estudio de la inconsciencia del ser humano y que, según él, iba a suponer una nueva perspectiva para la psicología moderna. Hasta que vino aquel fatídico día, en forma de visita familiar, y en la que apareció el pequeño Jeremiah quien, con la cámara fotográfica que le había regalado su padre, puso al descubierto con todo detalle el concienzudo método de trabajo de su tío.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Bix Beiderbecke - There'll come a time (https://www.youtube.com/watch?v=7pj1ZEKz4Cw)