22 de marzo de 2013



Cuando al tío Maximilian le llamaron de América, a la abuela le pareció un asunto extraño porque el inglés siempre se le había atragantado. Sin embargo, a mí todo eso me resultó un acontecimiento excitante. Eran los tiempos de la Guerra Fría, yo era un niño de doce años y además, un apasionado de las películas de marcianos. Por ello, enseguida comencé a imaginarme al tío en el desierto de Nevada, en una misión secreta del gobierno. Al hombre que lograría el tan ansiado contacto con seres venidos del espacio exterior y que, como él, tampoco sabrían hablar bien el inglés. Por eso le habían escogido, pensaba para mis adentros. Y cuando el tío cogió el barco en Hamburgo y se marchó, decidí, en mi emoción, que todos los días, camino del colegio, me pararía en el quiosco de la Schillerstrasse para ver las portadas de los periódicos, porque tarde o temprano, pensaba, saldría en ellas. Luego, muchos años después, mi padre me contó que el tío, como no tenía empleo, simplemente había echado una solicitud para trabajar en una fábrica de conservas en Alaska. Me entristecí un poco, pues me hubiese gustado ver al tío convertido en héroe, pero a esas alturas de mi vida también sabía que era imposible que un Secretario de Estado llamase a un humilde mecánico de Baviera.

(foto: cortesía de Judith Gallimó)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Patio Talk & Paula  -Plan 9 From Outer Space (Soundtrack) (https://www.youtube.com/watch?v=PDA-xcfD9uA)