4 de abril de 2013



Además del amor, a Herbert y Martha Bachelor les unió su desmesurada afición por la contemplación, algo que se pudieron permitir porque ambos pertenecían a conocidas familias de la alta burguesía de Dover. Al parecer Herbert tuvo claro desde muy niño que su vocación era la observación por lo que, cuando cumplió la mayoría de edad y siguiendo el consejo paterno de que algo tenía que hacer en la vida, decidió aprovechar las ventajas de su apellido y dedicarse a la figuración. Al fin y al cabo su presencia daba caché a cualquier evento social que se organizase en la comarca. Al igual que Martha, cuya belleza hacía que muchos jóvenes de buena posición la pretendiesen en cada una de las fiestas a las que asistía. Pero ella, a quien gustaba cruzarse de brazos para proteger mejor sus delicadas manos, buscaba un hombre más tranquilo, más pausado, lejos de todos aquellos apuestos galanes que entregaban demasiadas horas a las cacerías o a los negocios. Por ello, cuando ella conoció a Herbert tuvo un flechazo instantáneo. Ambos descubrieron que compartían la misma pasión. Y juntos se entregaron a ella durante toda su vida. Fuera de ágapes y festejos, sólo se les veía cuando salía el sol, ya que el clima de Dover era bastante lluvioso. Y allí, decían, pasaban horas y horas, sentados, sin decir nada, simplemente mirando. Y que en los días que hacía mal tiempo, que eran muchos, se situaban sin más ante la ventana y veían llover.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Fritz Kreisler - Londonderry air (https://www.youtube.com/watch?v=VmAIp4FOyIE)