5 de abril de 2013



Ante la gravedad de los acontecimientos en el que fue el peor día de su vida y temiéndose el repudio de sus conciudadanos de Enkhuizen, una de las ciudades propietarias de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales en la que había trabajado su familia casi desde su fundación, Geert De Vroome tomó la que sería la decisión más crucial de su vida para atajar el asunto con rapidez y salvar la honra del apellido. El amor por el mar se había trasmitido en los De Vroome de padres a hijos y Geert, siguiendo la tradición, había tratado de hacer lo propio con Gustaaf quien estaba predestinado, como todos, a ser capitán de barco. Pero su vástago, que además había mostrado desde su niñez otro tipo de inquietudes que nada tenían que ver con la marina, sufría al parecer de mareos en cuanto se subía a cualquier objeto flotante, aunque fuese un pequeño bote. Geert, lejos de desalentarse, hizo todo lo posible para que su hijo continuase la tradición familiar. Hasta que vino aquel aciago día en que puso al chico por primera vez al mando del timón de su barco. Es por eso que, ante tamaño desastre, a Geert no se le ocurrió otra cosa más que idear una leyenda para salvaguardar tan embarazosa situación, empleando tal convicción que no sólo el asunto pasó desapercibido para todo el mundo, sino que fue alimentando el imaginario popular así como la inspiración de algunos literatos. Hasta hubo un compositor, con cierto renombre, dicen, que hizo de aquello una ópera. Algo que ni tan siquiera se le pudo pasar por la cabeza a Geert.

(foto: cortesía de Daniel Martín Pérez)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Richar Wagner - Obertura de El holandés Errante (Herbert von Karajan & Berliner Philarmoniker) (http://www.youtube.com/watch?v=QVgS03XLWwE)