25 de abril de 2013



Nunca se pudo imaginar Sir Cedric Hightower que el peor quebradero de cabeza en sus setenta años de vida estaría en el seno de su propia familia. Él, que había pasado dos guerras mundiales, no pudo dar crédito a sus ojos cuando vio a su sobrina Edith Duschesnes en plena comunión con la naturaleza. Sir Cedric no puso objeción alguna a que ella buscase la trascendencia, y que la hallase en la conexión con la tierra, aunque ello implicase el inconveniente de llenarse los pies de arena. Pero culpabilizaba a la universidad de todas esas extravagancias que, con sus ideas renovadoras, decía, estaban averiando a las nuevas generaciones, conduciéndoles hacia una profunda desorientación. Pero todo eso era pura bravuconada para mantener las apariencias, porque Sir Cedric, y a pesar de su poblado mostacho que le daba un aspecto fiero, era en el fondo un sentimental. Y, aunque el ataque de espiritualidad de su sobrina le pareciese un capricho pasajero, lo que no podía soportar era que ésta eligiese establecer sus conexiones en los hoyos del campo de golf del que era socio, ya que, una vez agrandados, le quitaban emoción al juego.

(Foto: cortesía de Rosendo Cid)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Paul Whiteman - My blue heaven(https://www.youtube.com/watch?v=xFurKUxafRk)