30 de abril de 2013



Recuerdo que a muchos les embargaba la emoción cuando veían su oronda pero imponente figura, y él, como cualquiera que estuviese en su lugar, se dejaba halagar. Así era mi tío Leónidas, que era murciano de pura cepa y hombre perspicaz quien desde muy joven quiso ser un “bon vivant”, algo para lo que no hacía falta estudios, decía, sino tener vista, buen apetito, estar en el lugar adecuado y aprovechar cuanta oportunidad se presentase. Algo que llevó a la práctica cuando se dio cuenta de su parecido físico con un conocido mandatario en aquellos años y se dejó llevar por los acontecimientos ya que, al fin y al cabo, tampoco implicaba mucho esfuerzo, palabra que el tío había desterrado de su vocabulario. Él, en un momento de lucidez, se las ingenió para crear eso de “que vienen los rusos” justo cuando se puso de moda el turismo, las suecas y las urbanizaciones en la costa. No les puedo decir mucho más, porque yo en aquel entonces era un niño y tampoco mis padres me contaban demasiado sobre él, ya que, según supe de mayor, pensaban que podía ser una mala influencia para mí. Y aún así, a mí me resultaba muy divertido ver al tío chapurrear palabras en ruso, por la cosa de impresionar a los lugareños y darle más veracidad a su timo. Aunque la mejor anécdota fue la del fotógrafo de una prestigiosa revista americana que sorprendió al tío con la panza al aire y su hipnótico bañador creyendo que tenía una gran exclusiva. Muchos años después descubrí que aquella fotografía se había visto en medio globo ya que salió en algunas portadas. Pero lo más gracioso fue saber que todo el mundo vio al tío pensando que era el otro, y el tío nunca se enteró de nada, porque en esos tiempos, allí, donde él vivía, no llegaban las revistas extranjeras.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Samotsvety - Не повторяется такое никогда (1974)