13 de mayo de 2013



Creo que he logrado entender lo que hizo mi padre. Él se consideraba un gran fotógrafo, y yo pensaba que era un simple aficionado, porque su oficio nada tenía que ver con el mundo artístico. Le recuerdo, desde que era un niño, con la cámara permanentemente colgada de su cuello, sacando fotos a diestro y siniestro. No se pueden imaginar la cantidad de material que conservo, miles y miles de imágenes familiares con mamá, con mis hermanos. También retratos de cada uno de nosotros, solos. Y él dando rienda suelta a su creatividad. Pero yo no era un entendido en arte. Me gustaba y poco más. Y aún así, detectaba que en todo aquello había algo que se escapaba a mi entendimiento. Recuerdo horas y horas examinando los álbumes, observando cada imagen con lupa, intentando indagar si todo aquello tenía un sentido, hasta incluso llegué a pensar en la posibilidad de que mi padre en realidad era un genio. Pero un genio en la penumbra. Por ello, un día decidí consultar a varios expertos en arte. Me dieron diversas opiniones, que si todas las imágenes desprendían un radicalismo en el sentido más puro de la acepción, que si eran la expresión suprema del nihilismo existencial o que había en ellas una búsqueda por captar una subjetividad que iba más allá de la mera representación cotidiana. Yo no entiendo de esas cosa, tampoco de estética, pero sus palabras en cierta manera me tranquilizaron, porque no hay una sola fotografía en que aparezca entero el rostro de alguno de nosotros.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Charles Magnante trio - Tantalizing (http://www.youtube.com/watch?v=zP5qCHK1MSo)