21 de mayo de 2013



Cuando les dije a mis amigos del colegio lo que quería ser de mayor lo primero que me dijeron fue que mi complexión física se ajustaba, aunque tendría que comprobar si tenía talento para aquello. Decidido a seguir mi vocación, comencé a recabar información, a pesar de que en aquella época era una tarea compleja, ya que vivíamos en una pequeña ciudad de provincias. Aún así, tarde o temprano, tenía que dar el paso, para mí crucial, de decírselo a mi padre, pues pensaba, con cierta ingenuidad, que sus amigos de la gran ciudad podrían ayudarme. Sin embargo, mi ilusión se convirtió en tristeza tras exponerle mis planes, porque mi padre reaccionó con una enorme risotada y después, para quitar hierro al asunto, me respondió con lo de siempre, que ya se me pasaría esa locura cuando fuese mayor. Pero el paso de los años lo único que hizo fue mantenerme firme en mis deseos, no sé si por llevarle la contraria, lo que convirtió mi relación paterna en una especie de combate continuo. Al final, forzado por las circunstancias de la vida y por la voluntad de mi padre, acabé estudiando leyes. Aunque, lo reconozco, tampoco supe como encauzar mi vida para alcanzar ese anhelo que nació en mi niñez. Sin embargo hallé un sustitutivo que, en cierta manera, me hizo feliz mientras fui joven, porque pensaba que tendría que ser una sensación similar a lo que un día quise ser de mayor. Me gustaba el snowboard, mucho, aunque aún, hoy en día, en el crepúsculo de mi vida, todavía sigo soñando con ser hombre bala en un circo.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Pete Daily and his Chicagoans - Over the waves (http://www.youtube.com/watch?v=jexKHay4sTE)