30 de mayo de 2013



Era una situación extraña, rara. Incluso diría insólita. Como si te despertases de un sueño en medio de un paisaje desconocido, rodeado de un sepulcral silencio. Estábamos ahí, en medio de la nada, los cuatro, inquietos, temerosos, forzados a vivir en unas circunstancias demasiado imprecisas. No teníamos referencias de ningún tipo, ni geográficas, ni temporales, salvo la única certeza de que los días se seguían sucediendo a las noches. Ninguno sabíamos si todo esto que estábamos viviendo era real, incluso si teníamos un nombre, un pasado, porque ninguno lograba recordar nada de lo que sucedió, ni siquiera de nuestras anteriores vidas. Era como si nos hubiesen borrado la memoria. Pero en medio de esa inexplicable incertidumbre, lo único que podíamos hacer era caminar. Hasta que descubrimos aquella escalera que apuntaba al cielo, frente al mar, un inmenso mar que se unía al cielo en el infinito. Llevamos varios días aquí en el momento de escribir estas líneas. Nuestra desesperación es tal que nos hace sentir como si fuésemos las fichas de un juego del que desconocemos las reglas, unas fichas movidas al capricho por algo que se nos escapaba a nuestra comprensión. Sólo nos queda la esperanza de que alguien lea este mensaje que hemos lanzado al mar metido en esta botella y que sepa, al menos, que estuvimos esperando hasta el final. Si es que hay alguien ahí.

(Foto: cortesía de Naty Alma de Diamante)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Ralph Vaughan-Williams - Fantasia on a theme by Thomas Tallis, Eugene Ormandy & Philadelphia orchestra (http://www.youtube.com/watch?v=IbzxhZT6akk)