27 de mayo de 2013



Perdónenme si mis frases les parecen un poco atropelladas pero desde hace casi dos décadas sufro intensas crisis nerviosas que me producen temblores por todo el cuerpo aunque ahora, mientras escribo estas palabras, me encuentro un poco mejor porque hace una semana me han permitido tener una máquina de escribir en mi habitación. Para mí ha sido la salvación pues he comenzado a redactar mis memorias. No piensen que es un acto de vanidad, simplemente tan solo una manera de exorcizar mis demonios, de sacarlos a la luz, ya que ellos me han llevado irremisiblemente a estar confinado aquí, en un lugar idílico con muchos árboles y demasiada tranquilidad. Pero yo prefiero quedarme dentro, sentado en mi mesa, escribiendo. Es lo único que aplaca mi estremecimiento interno. Me imagino que por sus mentes estarán pasando ideas escabrosas acerca de mi persona. No les voy a culpar por ello, pero al menos déjenme que les cuente la verdad. Era psiquiatra. Compaginaba mis clases en la universidad con el trabajo en mi consulta donde ponía en práctica mis investigaciones con los pacientes. Hubo un día en que creí haber hallado el método para acabar con los miedos infantiles utilizando los personajes de los cuentos. Pensé que los de “Alicia en el País de las Maravillas” serían un buen punto de partida. Pero hubo algo que se me fue de las manos. No sé muy bien el qué, ni en que momento, porque a partir de ahí todo son recuerdos borrosos. Sólo les puedo decir que la única imagen persistente en mi cabeza es un tenso juicio. Y ruido, mucho ruido, el de la marabunta de padres recriminándome a gritos con los puños alzados mientras el juez no deja de dar golpes con la maza sobre la mesa.

(foto: cortesía de Rosendo Cid)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Pee Wee Russell - (What can I say, Dear) After I say I'm sorry (http://www.youtube.com/watch?v=Jn_b5GFf8ag)