15 de mayo de 2013



Yo era una chica normal, como cualquier otra de mi edad. Estudiaba psiquiatría en la universidad y soñaba con que algún día montaría mi propia consulta. Pero también con encontrar al hombre de mi vida. Y esa fue la sensación que sentí cuando conocí a Robert, en la fiesta que organizó mi amiga Betty en su casa, al terminar el curso del 59. Tuve un flechazo. Él, larguirucho, algo encorvado, se acercó a mí y me sacó a bailar. Luego, cuando me empezó a contar sus cosas, creció mi interés, porque también estudiaba psiquiatría, como yo, sólo que él estaba con el doctorado, con una investigación sobre la interpretación de los sueños aunque, me dijo, sus intenciones eran llegar mucho más lejos que Freud. Conectamos al instante, y por completo, porque a mi también me fascinaba el tema. No pude prever la intensidad que vendría después. Él se entregó de lleno a su trabajo, y yo con él. La investigación era nuestra pasión. Nos implicó muchos sacrificios, porque dejamos de tener vida social, de viajar, y tampoco tuvimos hijos. Pero éramos conscientes de ello. Y, aún hoy en día, después de tantos años y a pesar de nuestra edad, seguimos con la misma intensidad que antaño. Aunque todavía no hemos llegado a una conclusión definitiva. De hecho, escribo estas líneas en un rato de desvelo, y en silencio, para no molestar a Robert, que está concentrado. Pero les tengo que dejar. Debo ir con él para seguir con la investigación. No sea que se de la vuelta y se de cuenta de que no estoy.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Roy Orbison - In dreams (http://www.youtube.com/watch?v=TPqZs7Vl_xg)