27 de junio de 2013



Aunque son ya muchos años los que tengo encima y mi cuerpo es una fuente de achaques hay, sin embargo, algo que me ha dado la edad. Serenidad. Y así es como contemplo mi vida cada vez que echo la vista atrás, y veo aquel joven que se hizo así mismo, que de la nada se convirtió en uno de los hombres mas poderosos, temidos y respetados de Brooklyn, en alguien que manejaba sus negocios con mano férrea, casi sin pestañear, en alguien que logró reunir a los mejores profesionales del momento. En alguien que cuando entraba en cualquier night club se convertía en el centro de las miradas mientras los camareros corrían hasta él para ofrecerle sus servicios. En alguien que se rodeaba de bellas mujeres, vestía los mejores trajes, usaba automóviles de lujo y se podía permitir cuantos caprichos quisiese. Hubo un tiempo en que sólo tenía que chascar los dedos para que mis órdenes se cumpliesen de inmediato. Me sentía el rey de la ciudad. Ese era yo… pero ahora no dejo de pensar en aquellos tiempos que se han diluido en la nada y son tan sólo unos retazos en mi memoria, en lo que llegué a ser y en lo que soy ahora, un hombre viejo y cansado al que ya nadie conoce. Y a pesar de todo, no me importa y tampoco tengo nada que perder. Los cuarenta años que llevo recluido en prisión han templado mi carácter. Hasta tal punto que he conseguido perdonar a Dizzy Rogers que ese día, por la cosa del orgullo de raza, se negase a ponerse el pañuelo en la que debía de ser nuestra gran foto. Por él reconocieron a la banda y nos detuvieron a todos.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Rudy Vallee - Deep Night (http://www.youtube.com/watch?v=DwNCnWdesUQ)