21 de junio de 2013



La verdad es que en esa época era un niño pero, precisamente, por eso no me podía imaginar que la situación era de aquella manera. También confieso que cuando fui consciente de mi realidad supe de los inconvenientes que me ocasionaba el color de mi piel porque esos años eran como eran y nada tenían que ver con hoy en día, en que las cosas han cambiado mucho. Y aún así no me puedo quejar, ya que tuve una infancia feliz, y más aún dentro de las limitaciones familiares porque también se añadía entre ellas la cuestión económica. No éramos ricos. Pero, tanto nuestro padre como nuestra madre, siempre procuraron que eso no influyese demasiado en nuestras vidas, que no nos faltase lo esencial, porque su único deseo era que tuviésemos lo necesario para tener una buena educación además, como es lógico, de una existencia feliz. No tengo ningún reproche que hacer porque gracias al esfuerzo de mis padres ahora soy un prestigioso abogado en Manhattan y, según me dicen, con un gran parecido a Sydney Poitier. Pero, siéndoles sincero soy una persona afortunada y no tengo ninguna queja, salvo la manía de mi padre por los paisajes exóticos que, pese a que no pongo en duda sus habilidades como pintor, que eran más bien escasas, jamás pude soportar porque esos fondos me producían grima, al igual que a mis hermanas, y que además, jamás vimos, y ni mucho menos en el Bronx.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Louis Armstrong - Nobody knows the trouble I've seen (http://www.youtube.com/watch?v=MTQJhnA46UA)