12 de junio de 2013



Orestes fue un hombre que muy pronto descubrió que la carga que le suponía el que le confundiesen constantemente con el compositor Isaac Albéniz no era nada comparado con eso de llevar el peso de la rumorología que generaba su familia. Él, que era un modesto pero laborioso empleado de banca, siempre fue consciente de que nada podía hacer contra la genética, algo que atribuía a los orígenes raciales de su amada esposa, y menos aún con las habladurías fundadas en torno al pasado de ella y de su suegra. Pero Orestes siguió manteniendo la frente bien alta cada vez que sus conciudadanos se sobresaltaban, algunos sin disimular sus escalofríos, a su paso ante ellos para acudir al oficio dominical. Mentes estrechas que habían viajado poco, pensaba él para sus adentros, con las que no merecía la pena hablar. Es por eso que el resto de los días de la semana su familia apenas se dejaba ver, salvo Orestes cuando acudía a su puesto de trabajo. Decían que era un hombre atento y amable, pero distante y muy poco dado a la conversación. De ahí que se acrecentase el misterio con el paso del tiempo. Y aunque mandaron llamar a un prestigioso especialista, éste nunca pudo constatar, en las tan escasas como fugaces ocasiones que se cruzó con ellos, si sus orejas eran puntiagudas o tenían colmillos, como era característico en los vampiros.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Philip Glass / The Kronos Quartet - In his cell de la BSO de Drácula(http://www.youtube.com/watch?v=oXoKbnfvftw)