4 de junio de 2013



Según pude saber, mi bisabuelo decía que el whisky era su medio de intentar hacer más interesante y llevadero el mundo, de poder hallar algo de belleza en él, si es que la había, porque lo que veía cuando estaba sobrio, decía, era bastante desalentador. Al parecer y por lo que logré averiguar, fue un hombre muy brillante y un gran orador, pero también una personalidad compleja, excesiva y visceral. Dicen que, después de licenciarse en filosofía, y tras muchos años dedicado a la investigación, había escrito un libro, –hay quien sostiene que entre vapores etílicos–, que desató las iras de las mismísimas autoridades quienes, enseguida, se apresuraron a retirarlo de la circulación, ya que dicho libro podría convertirse en el germen de una nueva revolución social. Pero el bisabuelo, lejos de amedrentarse, decidió sublevarse a su manera y por cuenta propia. Si nadie le podía leer al menos sí le podrían oír. Durante un tiempo se dedicó a ir todos los días a la plaza del ayuntamiento de la pequeña ciudad de provincias donde vivía y allí, en público, con la petaca en la mano, exponía durante horas las teorías que le habían condenado al ostracismo. Hasta que la familia, dado el gran revuelo general que provocaba y temiendo que el bisabuelo acabase con sus huesos en la cárcel, decidió intervenir de inmediato. He buscado denodadamente sus escritos, me he recorrido todos los archivos y bibliotecas, y no he hallado rastro alguno de ellos. Ni siquiera su nombre aparece en documento alguno. Ha pasado mucho tiempo y aún sigo haciéndome cábalas, preguntándome como sería su pensamiento. Pero lo único que pude saber fue que la familia consiguió que abandonase definitivamente la bebida y la oratoria.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Richard Wagner - Prelude to Act I of Lohengrin, Wilhelm Furtwangler & Vienna Philharmonic (http://www.youtube.com/watch?v=lfMKfsZ7qyU)