16 de septiembre de 2013




«Esta foto parecía haber sido tomada en el momento en que yo leía su carta, aquella que voy a responder inmediatamente. Le abraza. H. A.». Es lo que alguien escribió en una imagen que encontré casi por casualidad en un viejo baúl cubierto de polvo en el desván de la casa de mi abuela. ¿Pero quien era ese tal H. A. del que nunca había oído hablar a nadie en la familia? ¿Sería quizá un antiguo pretendiente de la abuela? ¿O una extraña estratagema de un amigo del abuelo que trataba de curar viejas heridas? Me inquietaba, y por ello no dudé en proseguir mi registro tratando de descubrir nuevas pistas en aquella pila polvorienta de trastos, cajas y recuerdos amontonados alrededor de aquel baúl. Pero no hallé nada revelador. El paso de los días no hizo más que aumentar mi intriga, aunque hubo un momento en que sentí que había llegado al final de un camino sin salida. Sólo me quedaba una pequeña posibilidad, y esa era que el pariente vivo con más edad pudiese saber algo, y ese era mi padre. Recuerdo la leve expresión de inquietud que se dibujó en su rostro cuando le pregunté por aquella fotografía mientras se la mostraba al mismo tiempo. Simplemente me dijo que aquel hombre se llamaba Hippolyte Aubriot, que era el socio de la sastrería del tío abuelo y, al parecer, también amigos inseparables cuyo peculiar sentido del humor hacía que, entre otras cosas, se intercambiasen mensajes cortos con imágenes suyas cada vez que uno se iba de viaje de negocios. Así fue tal como me lo dijo, pero si les digo la verdad, siempre tuve la sensación de que hubo cosas que no me contó.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Marie Dubas - Le tango stupéfiant (http://www.youtube.com/watch?v=QqPQ1alSELA)