11 de septiembre de 2013



No recuerdo bien como empezó aquello. Pero fue lo único que nos unió a mis hermanos y a mí durante bastante tiempo. Teníamos caracteres tan diferentes que pasábamos la mayor parte de los días discutiendo, incluso en muchas ocasiones llegamos a las manos. Y precisamente, eso que nos unió fue que los tres sentimos la misma vocación. Pero lo que no pudimos prever fue la reacción de nuestro padre cuando se enteró. Del disgusto pasó, en pocos minutos, a la cólera, recriminándonos que eso era de gentes de mal vivir, y lo que era aún más grave, una ofensa para una distinguida familia como la nuestra. Incluso peor, un deshonor para el apellido. Por ello y en su afán de que llevásemos una vida como Dios manda, nos apuntó en actividades acordes a nuestra posición social, como el tenis. Nunca aprendimos a jugar, pero aquellas clases acabaron convirtiéndose en nuestro reducto de libertad. Sí, mis hermanos y yo llevábamos la música en la sangre, aunque jamás actuamos en público.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Philippe Bourgeois y Bob Anthonioz - Dueling banjos (http://www.youtube.com/watch?v=ouh6T_jdBmk)