12 de septiembre de 2013


No sé muy bien por qué, pero fue algo de lo que tuve un presentimiento desde pequeña. Todo era normal, desde los horarios hasta los rituales cotidianos. Lo habitual en una familia corriente de clase media como la nuestra, con mamá haciendo las tareas domésticas y papá yendo a diario a la oficina. Y luego los fines de semana, con papá limpiando el coche los sábados por la mañana mientras nosotras correteábamos por el jardín. O los domingos de barbacoa en la parte trasera de la casa cuando el tiempo lo permitía. Hasta que empecé a darme cuenta que papá se comportaba de una manera muy extraña. Le notaba cada vez más torpe, lo que yo traducía como una estrategia para disimular algo malo que había hecho. Pero mamá parecía estar muy tranquila. Y eso me irritaba. Hubo veces que intenté decírselo, pero al final nunca me atreví a ello. Al fin y al cabo, ¿cómo podría justificar mis sospechas sobre algo que no sabía lo que era? No dejaban de ser más que simples conjeturas. Hasta que vi a mamá enfadarse de verdad con él, cuando trajo las fotografías reveladas del fin de semana que vino la tía Betty. Nunca la había visto tan acalorada como aquel día. Pero aquel galimatías nos descubrió la verdad de papá acabando de un plumazo con mis suposiciones. Que además de mal fotógrafo, estaba perdiendo la vista.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Tonny Scott & Bill Evans - A shoulder to cry on (https://www.youtube.com/watch?v=vfGfyk6U1WY)