22 de octubre de 2013



Alexandra Desprez siempre fue un ser extraño que apenas se relacionaba con los demás, pero cuya presencia incomodaba a quienes se cruzaban con ella. Solía atravesar la plaza del pueblo sin desviar la mirada del frente, hierática, silenciosa, tan etérea, mientras las ancianas desde sus balcones o los hombres que apuraban sus vinos sentados a las puertas de los bares murmuraban al verla pasar no sin disimular su inquietud. Su padre, del que nadie sabía muy bien a que se dedicaba, tampoco destacaba por su locuacidad, limitándose a mostrarse cortés cada vez que se encontraba con algún vecino. Al igual que su madre, de quien no se podía adivinar el color de sus ojos pues siempre los llevaba casi cerrados. Una familia enigmática que generó infinidad de teorías, aunque la más extendida fue aquella que decía que el patriarca era espiritista y que, ante la prematura pérdida de su hija, hizo lo posible porque su espíritu conviviese con ellos. Eso, al menos, era lo que solía decir Gustave, el fotógrafo, quien afirmaba que era el autor del único retrato que se conserva de ellos. Aunque también era cierto que éste tenía fama de poseer una gran imaginación.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Paganini - Caprice No. 24 (Jascha Heifetz-violín) (http://www.youtube.com/watch?v=vPcnGrie__M)