11 de octubre de 2013



Aún hoy en día me pregunto que es lo que tenía el tío Raymond para que me tuviese tan subyugado las escasas veces que nos visitaba. Nunca fue un hombre demasiado hablador, y quizá eso hizo crecer en mí el misterio, aunque he de confesar que siempre fui un adolescente bastante impresionable. Mi padre se irritaba con tan solo mentar su nombre, porque siempre pensó que el tío era un parásito. No se le conocía oficio alguno, tampoco intereses, ni siquiera amigos, y para colmo, a casa sólo venía a comer y a beber. Y cuando hacía acto de presencia, mi padre era incapaz de contenerse y le lanzaba maliciosas indirectas a las que el tío, sin alzar la voz y haciendo gala de su habitual serenidad, respondía que sólo trataba de aprovechar las oportunidades que se cruzaban por su camino. Pero se pusiese como se pusiese mi padre, no le quedaba más remedio que aguantarse, ya que era el hermano pequeño de mi madre. Y ella, que siempre fue muy protectora con el tío, cada vez que tenían una trifulca le reprochaba a mi padre su falta de consideración, recordándole que su hermano nunca tuvo las mismas oportunidades que él. Y así fueron pasando los años. Hoy en día, después de tanto tiempo, el tío Raymond continúa siendo un enigma para mí. Aunque supe de que pié cojeaba con aquella respuesta que me dio una tarde de otoño cuando le pregunté, con cierta inocencia, que por qué no se había casado: «Sobrino, la generosidad es una virtud cuando hay corazones faltos de ternura».

· Fondo musical para acompañar la lectura: Les Brown & Ames Brothers - Sentimental journey (http://www.youtube.com/watch?v=wOmHVdXk4sI)