10 de octubre de 2013



Si me preguntasen cual sería la palabra que mejor me podría definir yo diría, sin tapujos, que ésta sería la de soso. Imagino que muchos de ustedes se sorprenderán de mi franqueza, pero es la verdad, y no me causa problema confesarlo en público. En el colegio siempre fui invisible para mis amigos. No destaqué como estudiante, tampoco como compañero de juegos. En nada. Recuerdo que las pocas veces que oía pronunciar mi nombre era a la hora del recreo, cuando me llamaban los demás para cuidar sus relojes mientras jugaban al fútbol. Igual de invisible fui en el instituto. Y como no sentía vocación por nada, simplemente, me dejé llevar por las circunstancias pues, pensaba, ya encontraría algo por el camino. Ello me convirtió en un enigma para mis escasos amigos, quienes, lejos de tirar la toalla, se obsesionaron durante mucho tiempo en ayudarme a encontrar algo que diese sentido a mi anodina vida. Y siempre fracasaban ¿Qué podía hacer? Yo lo intentaba, pero mis mecanismos internos no respondían a los estímulos del exterior. Mi naturaleza era así de trivial. Hasta que un día, por casualidad, descubrí lo que removió mis entrañas. Por primera vez estaba excitado, nervioso, impaciente. Por eso, en aquella cena, quise compensarles los años de denodados esfuerzos que me dedicaron anunciándoles mi hallazgo, aunque no pude prever que provocaría algo así como un cisma. Su sorpresa inicial, al confesarles que quería aprender a tocar un instrumento musical, en segundos, se transformó en decepción, cuando les dije que era el triángulo.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Tony Murena - Indifférence (http://www.youtube.com/watch?v=SeQrFHXXtjI)