7 de octubre de 2013



Siempre me consideré un chico normal, un estudiante del montón que después de acabar la carrera de derecho aprobó la oposición para un puesto de la administración de justicia. Sin embargo, mi vida hubiese sido casi perfecta si no fuese porque en el terreno afectivo me mostré distante y temeroso, sobre todo a partir de la adolescencia. Ello me impidió tener amigos íntimos pues en cuanto alguien hacía el ademán de darme un abrazo, de súbito, un escalofrío subía por mi cuerpo y me hacía retroceder un paso atrás. Pero mi verdadero sufrimiento era con las chicas, ya que cualquier mínimo roce me producía auténtico pavor. Incluso con Rosalind, que fue el gran amor de mi vida y a quien jamás, por ese miedo interior, llegué a besar. Yo era consciente de que me pasaba algo grave e inexplicable hasta que un día me armé de valor y acudí a la consulta del doctor Schultzberg, uno de los más reputados psicoanalistas de la ciudad. Tuvieron que pasar más de veinte años desde el día en que le visité por primera vez para descubrir que mi problema era a causa de un trauma que arrastraba desde la infancia y que marcó de sobremanera mi vida afectiva hasta la madurez. Todo porque fui hijo y nieto único, con una madre melosa y un abuelo empalagoso. Algo que, muchas veces, puso en peligro mi integridad física al estar a punto de perder el oxígeno en medio de tanta efusión de cariño.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Mario Lanza - Be my love (https://www.youtube.com/watch?v=EQz1McBv0fw)