7 de noviembre de 2013



Nunca creí en esas cursilerías que leía mi hermana pequeña sobre hadas e insectos con varitas mágicas que dejaban una estela de lucecitas cuando orbitaban alrededor de una princesa quien, por norma, era el personaje más ñoño de la historia. Tampoco me avergüenza decir en público que todo esto lo sé porque un día la curiosidad me llevó a leer uno de sus libros que, además, estaba ilustrado con fotografías fantasmagóricas. Lo hice a escondidas. Reconozco que me dejó perplejo la historia. Dos huérfanas desdichadas que de día viven aisladas y encerradas bajo la tutela de su tíos, un prestamista sin escrúpulos y una tiránica ama de llaves, quienes, en su intención de quedarse con su herencia, tratan de inhabilitarlas recurriendo a todo tipo de estratagemas para hacerlas perder la razón. Pero que, sin embargo, su vida cambia por las noches al ser sonámbulas las dos. En ese estado, salen por una ventana y se internan en el frondoso bosque que rodea la mansión para encontrarse con sus verdaderos amigos, una galería de seres absurdos, grotescos y empalagosos quienes, con una imperecedera alegría, cantan al amor y a la amistad. Pero mi hermana me preocupaba, a pesar de nuestra conflictiva relación, porque era un alma cándida, ausente, distraída, siempre ensimismada en su mundo de fantasía. Por ello, cuando terminé de leer aquel cuento, me decidí, a mis doce años, actuar como un adulto y ayudarla. Y la mejor manera de acabar de golpe con este asunto era contarle la verdad, que en realidad eran dos hermanas que habían sido abducidas por los extraterrestres.

(foto: cortesía de Marisa Ares)

· Fondo musical para acompañar la lectura: Ella Fitzgerald - Two little men in a flying saucer (http://www.youtube.com/watch?v=2Ua4t-xPLVA)