16 de enero de 2014




Ahora que están reunidos con una médium interrumpiendo mi descanso eterno para saciar su curiosidad les contaré la verdad de lo sucedido. Quizá muchos de ustedes no puedan imaginarse el dolor que causa un bloqueo creativo cuando se siente la necesidad vital de escribir. Un bloqueo que puede durar un día, dos, tres, una semana, incluso meses. Mientras tanto, contemplas la hoja en blanco, preparada, lista, colocada dentro de la máquina de escribir. Puedes pasarte horas mirándola sin que ocurra nada, sintiéndote incapaz de pulsar una tecla pese a tus esfuerzos por hacerlo. Pero cuando crees haber vencido el miedo pasarán más cosas. O bien que esa hoja se convierta en la primera bola de papel arrugada de las muchas que irán después a la papelera. O que las palabras fluyan, y entonces la cosa irá bien. Esto podría ser el resumen de lo que fue mi vida de escritor, marcada además por mi escasa fortuna pero con un solo momento dulce, aunque breve, cuando, después de varios años, terminé la que sería mi única novela. Una novela en la que pretendí dibujar el que pretendía que fuese el gran fresco sobre el mundo del hampa. Lo conocía muy bien. Había nacido en Chicago y algunos de mis mejores amigos de la infancia fueron conocidos gangsters en la época de la Ley Seca. Pero mi novela desapareció. Aquella mañana en que me disponía a llevarla a un editor irrumpieron de súbito en mi apartamento dos individuos quiene sin mediar palabra me acribillaron a balazos. Al elevarse mi alma vi a uno de mis asesinos coger el manuscrito. El culmen de mi mala suerte lo contó la prensa al día siguiente, cuando se supo que en el piso contiguo al mío se refugiaba un testigo protegido con el libro de contabilidad que implicaba al jefe de una de las bandas más importantes de la ciudad.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Duke Ellington - A sentimental mood (https://www.youtube.com/watch?v=7UKGc8J463k)