23 de enero de 2014




Yo estaba ahí, inquieto, algo asustado, en el lugar que tantas veces había soñado con ir desde hacía tiempo, cuando lo vi por primera vez en nuestra televisión en blanco y negro, de esas que tenían los bordes de la pantalla curvos. Y justo, cuando llega el tan ansiado día, y estoy allí, por fin, haciendo realidad mis deseos, un estremecimiento recorrió mi ser. Y vino nueva preocupación para mí, que estaba con mi madre, tan sonriente, tan feliz por haberme llevado allí. No podía desilusionarla. Por eso fui consciente desde un primer momento que debía disimular mi pesadumbre. Como mejor pudiera. Ella lo hizo con tanta ilusión. Como todas las cosas que hacía por mí, siempre colmándome de atenciones y hasta haciendo malabarismos a veces, para concederme un capricho. También es cierto que era su ojo derecho. Aunque tampoco es ningún mérito cuando se es hijo único. Si no más bien lo contrario, porque siempre estuvo demasiado pendiente de mí. Pero aquel día, el mundo se me vino abajo. Me tuve que enfrentar por primera vez a la realidad. Adoraba al ratón Mickey, era único para mí. Y allí, donde se suponía que estaba el de verdad, había dos. Y para colmo, no se le parecían en nada. Ninguno de los dos. Ni siquiera en la voz. Y aún así callé, para no entristecer a mi madre, e intenté disfrutar todo lo que pude. Ella nunca me dijo si ese día notó algo raro en mí. Pero yo tampoco hice por preguntárselo.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Ben Bernie & All the Lads - What! No Mickey Mouse (https://www.youtube.com/watch?v=AqOKoHu-MRk)