10 de febrero de 2014




El tío Honoré estaba predestinado a heredar la dirección de la fábrica de neumáticos para automóviles que había fundado su padre quien, para asegurarse que aquel tuviese una buena formación, lo envió, al acabar el bachillerato, a cursar estudios de comercio en Paris. Pero el tío pronto descubrió en la capital otras cosas mucho más excitantes y divertidas que lafiscalidad aduanera o la gestión de la cadena logística internacional, cuando ante él se abrió un nuevo mundo de emociones como el que le ofrecía la noche parisina. Hasta que en una de sus salidas nocturnas tuvo una revelación cuando vio en un local tocar a un afamado guitarrista y decidió convertirse en músico. La tía Agnes sostenía que era lógico que un chico joven de provincias, como era en aquel entonces el tío, quisiera experimentar nuevas sensaciones, y más cuando había recibido una educación muy estricta. Pero aquello, decía, sobrepasó los límites, sobre todo de cara a la familia que, al enterarse, sufrió una profunda conmoción, además de causarle un disgusto que adquirió tintes apoteósicos, porque los Dubois, decía la tía, tenían una exagerada tendencia a dramatizar las cosas, sobre todo por eso del que dirán, convirtiendo una nimiedad en algo de proporciones considerables. Al tío pareció darle igual y siguió, guitarra al hombro, dando rienda suelta a su vida disoluta hasta bien entrada la madurez, a pesar de que nunca tuvo un ápice de talento ya que, contaba la tía, era un mal imitador de aquel músico que le produjo la revelación. Aunque ella reconocía que, a pesar de sus maneras, del bigote y de la boina que le daban un aire bohemio e intelectual, el tío poseía esa rara habilidad para hacer que las fiestas terminasen antes de tiempo cada vez que sacaba la guitarra y se ponía a tocar.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Django Reinhardt - Tears (https://www.youtube.com/watch?v=8jzlJeKZ4w0)