6 de marzo de 2014




Muchas veces oigo esa absurda expresión de que uno tiene envidia sana. Falso, por que no puede ser sano el hecho de sentir celos o rabia de lo que tiene otro. Y era consciente de ello, pero no lo podía evitar, tenía envidia de mi amigo Norbert, lo digo así, porque era un tipo apuesto, atrevido y elocuente, y porque tenía mucho éxito con las chicas. A los demás les pasaba lo mismo. Pero en aquel entonces éramos jóvenes y solteros, y conservábamos ese ímpetu por comernos el mundo. Pero no en el terreno profesional, que a mi me resultaba más bien aburrido, como a los demás, sino en el de la noche, los fines de semana, donde dábamos rienda suelta a nuestra fogosidad, aunque todas las miradas femeninas se fijasen en Norbert. Le envidiábamos. Mucho. A veces incluso con odio. Sobre todo yo, que no poseía un físico demasiado atrayente, que todavía tenía las marcas juveniles del acné en mi rostro y que, para colmo, aunque me entregaba al jolgorio con entusiasmo, tampoco tenía el magnetismo y la agilidad de palabra que poseía Norbert, a pesar de que hice todo lo posible por superar mis limitaciones con los métodos más sofisticados que había en aquella época.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Burl Ives - The wild side of life (https://www.youtube.com/watch?v=K4zdne2kzGc)