11 de marzo de 2014




Por ser el mayor de la prole, me vi obligado desde que tuve uso de razón a acarrear con el peso de la familia hasta este mismo instante en que escribo estas líneas, en mi tranquilo retiro cerca de la naturaleza. Porque la excesiva sobreprotección que ejerció mi madre sobre mis hermanos no hizo más que crear unos seres endebles e inútiles con los que tuve que bregar toda mi vida, buscándoles actividades productivas que les permitiesen independizarse no sólo económicamente de mi, sino que me dejasen vivir de una vez por todas a mi aire. Porque yo fui el menos impresionable de todos ya que desde muy pequeño sentí las ansias de libertad. Pero por lo que fuese, mis planes siempre se desbarataron, incluso cuando aquel día se me ocurrió la que pensaba que era la idea más brillante que jamás había tenido. Recuerdo que después de muchos infructuosos intentos por enseñarles siquiera un oficio que no supusiese demasiadas complicaciones para ellos, pensé que, dada la comicidad resultante de su torpeza, lo mejor sería montar una compañía circense. Confieso, sin tratar de ser de vanidoso, que ideé unos números muy originales, aunque pronto me di cuenta que ninguno tenía madera de artista, además de descubrir que sentían vértigo con las alturas pese a mis denodados esfuerzos por sujetarles la proa de la barca para que no perdiesen el equilibrio. Y para colmo, la espalda de Charles acabó por resentirse, limitando así nuestro campo de acción. Supongo que ese era mí sino, cargar con unos inútiles. Pero eran mis hermanos. Ahora, después de tantos años, he comenzado a conocer el descanso, aunque por las cosas de mi avanzada edad no esté para muchos trotes. Como mis hermanos, quienes tampoco pueden moverse mucho, ni siquiera para ir más allá de los muros de la residencia donde vivimos todos juntos.

(foto: cortesía de Lola Herrero)


· Fondo musical para acompañar la lectura: The Boswell Sisters - Heebies Jeebies (https://www.youtube.com/watch?v=mWwLfTjyD_A)