14 de mayo de 2014




Estuve muy cerca. O al menos eso es lo que me dijo mi amigo Gunnar Ekdahl cuando aquella tarde me llamó por teléfono. Recuerdo que un cosquilleo atravesó mi cuerpo. Nunca estuve tan cerca de tocar el cielo, pensaba, mientras, mi nerviosismo, tras colgar el auricular, hizo que me sirviese un whisky y que comenzase a recorrer mi apartamento de un lado a otro. Encendí un cigarro. Después vinieron más. Y unos cuantos tragos seguidos. Estaba solo en esos momentos y confieso que no sabía como canalizar las emociones que borboteaban en mi interior. Fueron tantos años llenos de complicaciones y sacrificios, pensaba, que no podía dar crédito a lo que acababa de oír. Me acuerdo que los días posteriores fueron muy intensos, aunque procuré contenerme como mejor pude. Difícil fue mantener en secreto lo que presagiaba como un gran éxito, pero al mismo tiempo fui consciente de que debía dominar mis impulsos, porque en mi departamento había unas cuantas víboras que, por envidia, estaban deseando saltar sobre mi cuello. Pero me mantuve firme, hasta que no tuviese la confirmación. Luego vinieron unas semanas de silencio. Mi inquietud me llevó a pensar en lo peor. Y así fue. Hasta que Gunnar me telefoneó y me dijo que hubiese conseguido el premio Nóbel por mi sistema biónico antiestrés si no fuese por el pequeño dispositivo de exhalación de humo hipo–relajante. Volví a sufrir la sinrazón en mis carnes. Eran muy conservadores, lo sabía, pero, aún así, asumí una vez más mi derrota.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Ella Fitzgerald - When I get low I get high (https://www.youtube.com/watch?v=ev69AoBWaGw)