25 de septiembre de 2014




Timothy, el hijo del comerciante de pinturas de Redwood Falls, fue muy raro desde el día de su nacimiento, lo que hizo pensar a su madre, devota creyente, que era una prueba divina y a su padre, agnóstico convencido, que era simplemente una nueva jugada de su acostumbrada mala suerte. Los caprichos del destino eran así y tampoco se podía hacer mucho en aquella pequeña localidad rural del Medio Oeste situada en mitad de la nada, salvo aceptar las cosas tal como venían. Y sobre eso los vecinos de Redwood Falls sabían mucho. El doctor Guthrie diagnosticó que el chico tenía un coeficiente intelectual bajo, unas palabras que sus padres no comprendieron bien que significaban pero que aceptaron no sin dificultad. Sea como fuere, Timothy era un ser cándido e inofensivo quien aquel 30 de octubre de 1938 se sintió el elegido para detener la invasión marciana que se avecinaba tal como anunciaba en la radio un tipo que después, según el reverendo McFarden, se hizo famoso en el cine. Porque ahí, en lo alto, al lado del negocio de su padre, Timothy pasó el resto de su vida, mirando al cielo, a la espera del contacto para salvar el mundo, aunque el único que tuvo fue el de su madre, cada día, para ponerle comida en una cesta atada a una cuerda que él después elevaba con sumo cuidado.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Frank Stokes - I got mine (https://www.youtube.com/watch?v=YZBBLHJV130)