9 de septiembre de 2014




Todavía guardo en mi memoria el impacto que me produjo el primer día que entré la universidad, cuando aún era un pipiolo enmadrado que hasta entonces nada había visto más allá de las paredes del instituto y del calor del propio hogar. Aquello significó un cambio importante en mi vida aunque no fui consciente de ello por ese profundo sentimiento de rubor que experimenté a lo largo de esa jornada y de las siguientes. Luego supe que algo parecido habían sentido mis compañeros cuando uno de ellos nos dijo que era una situación normal porque estábamos en una de las universidades cuyo prestigio se basaba en sus innovadores métodos docentes. Y ahora, que han pasado muchos años, les puedo confesar que allí nació todo lo que vendría después, y que las clases del profesor Lockwood fueron el germen y epicentro de una nueva manera de entender las cosas. Pero él nunca fue consciente de aquello, porque su amor por la prehistoria hizo que nosotros, sus alumnos, la viviésemos de una forma tan intensa como única, algo que intentaríamos aplicar después en nuestra comuna mientras duró nuestra etapa hippie.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Ludwig Van Beethoven - Movement 3, tempo di menueto, Septet, Op. 20 / The Chicago Chamber Musicians  (https://www.youtube.com/watch?v=5kjHOYbib2g).