24 de octubre de 2014




Ahora, que ya lleva enterrado desde hace casi una década, poco importa lo que unos y otros puedan seguir diciendo sobre mi hermano Nicholas. Sé que nada va a cambiar y que cada cual puede pensar lo que le venga en gana, pero tan solo pretendo que se haga justicia, porque mi hermano fue una víctima más de la sociedad. Él era el mayor y yo el pequeño de cuatro hermanos. Quizá por ello, desde que tuve uso de razón, sentí una profunda admiración por él. Algo que se acrecentó cuando presenciaba sus continuos enfrentamientos con el resto de la familia, sobre todo con nuestro padre quien no aprobaba su actitud. Nicholas era como era, y además un chico muy apuesto. Tenía un éxito arrollador con las chicas, algo que potenciaba imitando los ademanes de James Dean. Hasta que se le metió entre ceja y ceja convertirse en playboy. Al fin y al cabo era un trabajo que permitía ver mundo, conocer gente y mucho más limpio y con más beneficios que el humilde taller mecánico de nuestro padre. Aunque implicase muchas veces vérselas con la ley, y que en su caso fueron tantas que llegó a hacerse muy popular entre los uniformados. Y aún ahora, que han pasado tantos años, y desde la perspectiva que me da la vejez, sigo pensando que lo que realmente perdió a Nicholas fue su manera de ser, porque en el fondo era un ser impresionable, influenciable, ingenuo, al que le obnubilaban las tonterías que le decían repetidamente las bobaliconas amigas de mi hermana Henrriette, como aquella de que si era igual que James Brown.

· Fondo musical para acompañar la lectura: James Brown - It's  man's world (https://www.youtube.com/watch?v=QCdc1YW001Q)