21 de noviembre de 2014




Siempre pensé que mi madre era una mujer demasiado ingenua solo porque creía esas tonterías que oía en la radio sobre la conexión cósmica entre los seres humanos. Que eso de que cualquier ser anónimo con el que te pudieses cruzar en la calle de manera fortuita tenía, de una manera u otra, alguna relación contigo. A mi me parecía una solemne bobada. Cierto era que todo aquello lo viví durante mi adolescencia, como también que, tanto mis hermanas como yo, crecimos sin la presencia de un padre que muy pronto prefirió entregarse al alcohol hasta que un día abandonó definitivamente el hogar. Es por ello que mi madre, con eso de las cosmogonías, la conjunción de Júpiter con Saturno, las uniones extrasensoriales y todo eso, procuró desde un primer momento que nosotras, sus hijas, fuésemos como una piña. Porque ella, que no era muy original, repetía muchas veces que la unión hace la fuerza. Por eso, al igual que el uno para todos y el todos para uno de los mosqueteros, nos reunía a todas las hermanas antes de desayunar para hacer el ritual matinal, ese en que juntábamos nuestras mentes para mantener el espíritu de grupo, de nuestro grupo, porque, decía, así nos manteníamos mas fuertes.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Bix Beiderbecke - Goose Pimples (
https://www.youtube.com/watch?v=8Uw-2JYwW5g)

20 de noviembre de 2014





El silencio de ahí arriba apenas era roto por el movimiento de los pliegues de mi ropa durante el descenso. Veía la tierra abajo, a mis pies. Y yo, ahí, en el aire. Luego no sé que sucedió. Quizá perdí la conciencia, sufrí una alucinación, o ambas cosas, pero hubo un momento en que tuve la sensación de establecer comunicación con algo que se escapaba a mi entendimiento. Hasta hubo un instante en que creí que el tiempo se había detenido. Fue entones cuando tuve la impresión de que estaba entrando en un nuevo nivel. Quizá un agujero negro, pensé, que me impulsaba sin rumbo, sin que yo pudiese hacer nada, hacia su interior, hacia lo desconocido, hacia la quinta dimensión. Me dejé llevar. No podía hacer otra cosa. Y un nerviosismo recorrió mi cuerpo hasta que sentí una fuerte sacudida. Vi estrellas, muchas estrellas. Galaxias, pensé, y supuse que había llegado a un lugar en el infinito. Hasta que me di cuenta que el silencio se transformó, lentamente, en un leve murmullo. Y comencé a notar golpes en mis mejillas. Estaba en el epicentro del universo, pensé, cuando al abrir lentamente los ojos vi unas siluetas, desenfocadas, como todo lo que las rodeaba. Parecían observarme con asombro. Mi viaje espacial, pensé, había llegado a su culmen. Hasta que oí a una de ellas decir, en un idioma que parecía entender, algo sobre una lona que se había roto.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Hans Zimmer - Main Theme (Interstellar · BSO)(
https://www.youtube.com/watch?v=wqnnRIwoxB8)

19 de noviembre de 2014




Aunque el cielo nublado parecía presagiar lo contrario, algo que había tenido muy preocupado a Lord Brewster desde primeras horas de la mañana, finalmente aquel día no llovió. Porque aquella cita que había organizado era de vital importancia ya que, con grandes esfuerzos, dosis de té y muchos cigarrillos, había conseguido reunir a posibles patrocinadores e inversores así como a una pléyade de personalidades de la política y la sociedad local. El honor de Lord Brewster está en juego, como su futuro tras casi veinte años entregado a la investigación desde que se graduó en ingeniería industrial por la universidad de Oxford, momento en el que tuvo un vago destello en su cabeza pero que su intuición hizo que pensase que podría ser un gran adelanto para la sociedad. Es por eso que ese día estaba tan impaciente mirando el cielo, tan nervioso, comprobando que todo estaba preparado y en su sitio, tan preocupado porque Horatio Hargrave, su más estrecho colaborador, se hallase concentrado. Y llegó el tan esperado momento, cuando se inicia la gran prueba. Al instante, un sepulcral silencio tan solo roto por el ruido de la motocicleta. Treinta segundos más tarde, el clamoroso entusiasmo de los asistentes por tan asombrosa demostración. Ha sido un rotundo éxito que el propio Lord Brewster constata cuando baja del ciclomotor y ve que Horatio apenas tiene un rasguño. Su protector para accidentes, al que tantos años de su vida había dedicado, ha funcionado a la perfección. Aunque lo que Lord Brewster no pudo prever aquel día es que su invento muy pronto fue reemplazado por nuevas protecciones más eficientes.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Sidney Bechet - Blue horizon (1945)

17 de noviembre de 2014




Yo, que nunca tuve demasiadas ambiciones, que siempre me había dejado arrastrar un poco por los acontecimientos, porque las cosas eran así y tampoco me preocupaban demasiado, y que, para qué negarlo, también me he abandonado a la pereza, me encuentro ahora entregado a una profunda reflexión. Aún no sé muy bien como, pero hace un tiempo noté de repente un hormigueo en mi interior que me carcomía cada vez más a medida que pasaban los días, tanto que ni tan siquiera logro ahora conciliar el sueño. Porque pienso durante horas, mientras estoy ahí, en el zoo. Y aún así intento mantener la concentración en mi quehacer diario. Pero no puedo. No puedo evitar analizar mi pasado, revisar los acontecimientos de mi vida, valorar si realmente cada uno de mis actos me ha proporcionado el camino para conseguir mi plenitud existencial. Porque si la hubiese conseguido, pienso, no estaría ahora sumido en esta angustia vital tratando de hallar una respuesta. De ahí la seriedad que desprende mi semblante. Pero una cosa si sé, que todo este desasosiego comenzó cuando Hans, nuestro nuevo cuidador, tomó la costumbre de poner la lata de disolvente sobre mi caparazón desde la primera vez que vino a limpiarnos.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Frédéric Chopin - Nocturno nº 20 / Claudio Arrau-Piano (https://www.youtube.com/watch?v=Lo41kkt-vsw)

16 de noviembre de 2014




Si, lo han adivinado. Soy yo. ¡Ya sé! ¡ya sé! Se preguntarán por qué de repente me he plantado delante de ustedes, así, sin avisar, cuando hasta hoy mismo nadie me había visto, aunque la mayoría siempre ha sabido de mi existencia. Y ahora que me ven seguro que alguno me ha reconocido por la campanilla que tengo en mi mano derecha. Pero les voy a ser sincero. He decidido aparecer por aburrimiento, porque cada vez tengo menos trabajo y los días se me hacen largos. Pero sobre todo porque últimamente casi nadie recurre a mis servicios. Y he pensado que si ven mi imagen a lo mejor se animan un poco y se ponen en marcha. Porque antes no tenía ni un instante de respiro, eran todos muy activos, aunque es cierto que también los había más perezosos. Pero hoy en día, con la televisión, el fútbol y las nuevas tecnologías esas, apenas se acuerdan de mí. Yo que siempre les serví con fidelidad, atendiéndoles a muchos al mismo tiempo, en todo momento. Y ahora casi todos me han abandonado. Si, lo han acertado, soy la inspiración, la que da ideas a cualquiera que las necesite, aunque los políticos nunca me hacen caso. Ya sé que se han quedado boquiabiertos, porque siempre me han visto en forma de mujer, como siempre me han representado los pintores, pero comprenderán que alguna licencia me tenía que tomar.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Joaquín ROdrigo - Concierto de Aranjuez (Xavier Maestre - Harpa) (https://www.youtube.com/watch?v=__Iu98UdouU)

13 de noviembre de 2014




Me vi abocado a la más absoluta indiferencia de aquel aburrido oficial de guardia quien, por mucho que juré y perjuré sobre mi inocencia, apenas levantó sus ojos de la ficha que rellenaba con mis datos. Al igual que los otros policías que me custodiaban, que tampoco mostraron un ápice de cortesía sin ni siquiera tener la más mínima consideración. Gente sin alma, como diría mi tío Hippolyte. Pero ante esos tipos tan hoscos, en medio de esa absurda situación, noté que había algo extraño en aquella aséptica estancia. Entonces surgió en mi cabeza un pensamiento que desde hacía mucho tiempo venía carcomiéndome por dentro. Y a pesar de que Françoise me solía decir que tan solo eran imaginaciones mías por mi tendencia a exagerar las cosas, comencé a sentir miedo, a tener la sensación de que el tiempo pasaba cada vez más despacio. Tuve una extraña intuición. Me puse nervioso. Y pensé: "me la tiene jurada". Y al mismo tiempo trataba de luchar contra mí mismo para mantener la calma. Pero cuando me sacaron de la comisaría, antes de que me metieran en el furgón, durante el inútil forcejeo por desprenderme de mis ángeles custodios, fue cuando vi al inspector Bouchard asomado por la ventana de su despacho, mirándome fijamente y esbozando una siniestra sonrisa de satisfacción, el muy cínico, porque me llevaban bien sujeto. Entonces lo supe. No eran alucinaciones mías. Mis sentidos no me engañaban, porque siempre tuve el presentimiento de que yo nunca le gusté. Decía que, aunque nos pusiésemos traje y corbata, los artistas éramos unos holgazanes que vivían del cuento, algo que no se merecía su idolatrada hija Françoise para quien deseaba un hombre recto con futuro, buena posición y vida normal como Dios manda.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Django Reinhardt & Stéphane Grappelli - J'attendrai (1938)

12 de noviembre de 2014




Aquel 10 de noviembre de 1923 iniciamos una revolución en el reformatorio de St. James por considerar injusto, desmesurado e incluso hasta inhumano el castigo que nos habían impuesto. Pero lo peor fue que la rebelión se vio comprometida por la intervención del grimoso reverendo O’Malley que, con esa actitud pazguata de no haber roto nunca un plato y su vocecilla atiplada que tan nerviosos nos ponía, trató de convencernos para que depusiéramos nuestra actitud, lo que hizo mella en nuestro amigo Jimmy quien, debido a su extrema sensibilidad, no lo pudo soportar y acabó abriéndole la puerta pese a nuestros denodados esfuerzos por impedírselo. Al fin y al cabo no teníamos nada que perder. St. James tenía fama de ser una institución austera e inflexible en la que soportamos castigos de la más diversa índole, aunque con el tiempo, nos habían endurecido. Como las calles de donde fuimos arrebatados, porque éramos delincuentes de poca monta a los que internaron en aquellos muros para que cumpliésemos nuestras penas e hicieran de nosotros, como repetía hasta la saciedad el siniestro director, futuros hombres de provecho. Pero lo peor de todo no eran los madrugones, ni los extenuantes horarios, ni la gimnasia en el patio o la mala comida, sino ese castigo tan inhumano por el que nos amotinamos y que era la imposición de formar parte del coro que dirigía el reverendo O’Malley y su voz tan chirriante, con ese repertorio tan insufrible, tan indigesto y tan fatigoso que nos habría de provocar todavía muchas pesadillas hasta bien entrada la madurez.

(N. d. T.: Debido a que el coro del reverendo O’Malley jamás pisó un estudio de grabación, ni tampoco existe documento alguno que cite los títulos de las canciones que componían su repertorio, nos aventuramos a incluir una delicada pieza por la única razón de que su estructura armónica y su espíritu coinciden con las exiguas descripciones musicales que aparecen en los escasos testimonios de la época que se conservan).

· Fondo musical para acompañar la lectura: Cabin Kids - Old McDonald had a farm (1935)

7 de noviembre de 2014




Muy pronto la agente Olga Ivanova Kuznetsov habría de convertirse en heroína nacional cuando aquel 12 de marzo de 1923 se enfrentó a una amenaza que las autoridades se apresuraron a ocultar para tratar de evitar el pánico en la población. Olga Ivanova, quien siempre mantuvo su rostro en el anonimato, fue expresamente escogida por los servicios de inteligencia al haber sido la primera de su promoción en la escuela militar. Ella, que era una mujer inteligente, fría, experta en técnicas de camuflaje y, según algunos testimonios, en las artes de la seducción, había sido la elegida para afrontar una misión de extrema delicadeza. Los informes confidenciales de la agencia espacial detallaban que una de las estaciones situadas en Siberia Oriental había detectado varios objetos no identificados que habían caído del cielo, lo que hizo sospechar al estado mayor que podría tratarse de una invasión extraterrestre. Y esa fue la versión oficial durante más de medio siglo, hasta que Olga Ivanova, ya muy anciana y con síntomas de demencia senil, empezó a contarles a sus compañeros del asilo como detuvo aquella invasión. Había inmovilizado al cabecilla, decía, un alienígena de aspecto muy tosco que se hacía llamar Oleg Basiliev quien en esos momentos trataba de desenganchar unos paracaídas de unas enormes cajas de madera que estaban esparcidas por la zona. Pero lo que le resultó más extraño, decía, era que todas contenían botellas de whisky de Malta. Y aún así, ella no dijo nada, porque se trataba de una misión secreta.

(Foto: cortesía de Lola Herrero)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Lidiya Ruslanova - Katyuska (https://www.youtube.com/watch?v=jHWmkLIFx7s)

4 de noviembre de 2014




El tacto y la discreción de algunos invitados en aquella recepción fueron determinantes para solventar en tan solo unos instantes una embarazosa situación que a punto estuvo de generar una crisis mundial. Aunque se evitó en lo posible que aquel suceso trascendiese más allá de las paredes de la embajada, Robert O’Keeffe, el fotógrafo que cubría el evento, logró captar justo el momento después, cuando los ánimos se tranquilizan y las aguas vuelven a su cauce. El agregado Olivier Desrochers sonríe a la cámara, al igual que su mujer Yvette, como si no hubiera sucedido nada. Mientras tanto, al fondo, ajenos a todo, la baronesa Van Wegberg brinda con Jimmy Ramsey, el célebre jugador de golf con fama de playboy. A su izquierda, algo más alejada, Giulietta De Luca, la esposa del embajador italiano, cuyo rostro aún da muestras del sofoco tras la tensión vivida. Frente a ella, Mauricio Valdés, el ministro cubano de agricultura, quien todavía no sale de su asombro. Y a su lado, de espaldas, la aristócrata húngara Franciska Szabolcsi que habla con el corresponsal español Aniceto Perales. Pero en aquella instantánea O’Keeffe consigue captar al hombre que ha generado el conflicto, el que ocupaba el hueco que hay en la mesa, entre la Sra. De Luca y el Sr. Perales. Está sentado en primer término, todavía bajo los efectos del alcohol, cabizbajo, quizá avergonzado por haber contado demasiados chistes que ridiculizaban las diferentes nacionalidades. Por eso nadie le mira.

· Fondo musical para acompañar la lectura; Tina Brooks - Everything happens to me (https://www.youtube.com/watch?v=2TGhSC5Iry8)

3 de noviembre de 2014




Santos Molina es un jovencito tímido y modoso que tuerce la cabeza hacia un lado cada vez que un adulto se dirige a él. Hay quienes en el pueblo piensan que en realidad sufre algún tipo de retraso aunque también los hay que lo atribuyen a un posible complejo de Edipo. Las continuas burlas que sufre de sus compañeros del colegio no impiden que Santos sueñe en secreto con una vida mejor y por ello, cuando cumple la mayoría de edad, decide marcharse a hacer fortuna a la capital pese a las reticencias de su madre que piensa que puede ser engañado por cualquier desalmado dada su extrema timidez. Sus padres apenas tienen noticias suyas salvo por alguna que otra postal que reciben con exiguos mensajes donde dice que las cosas van bien. Hasta que, casi dos décadas después, el 28 de julio de 1934, los periódicos nacionales publican en sus portadas una fotografía que muestra el momento en que la policía detiene a Santos cuando trataba de cruzar de incógnito en motocicleta la frontera de Andorra cargado de fajos de billetes que oculta en el interior de su gabardina. Pero lo único que preocupa a Santos durante su encarcelamiento es tratar de comprender cual ha sido el error que ha cometido ya que él siempre se ha considerado un hombre calculador, metódico y riguroso. La verdad la sabrá después, cuando le explican en la vista oral que lo que realmente despertó las sospechas del oficial de la aduana fue su gabardina negra, una vestimenta inusual en una época como el verano y demasiado abultada para ser la de un modesto cajero de banco. Y lo que aún empeoró más el asunto fue que, por caprichos del destino, se descubrió que dicho oficial tenía depositados sus ahorros en la sucursal donde precisamente trabajaba Santos.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Mills Brothers - Money in my pockets (1934)