19 de noviembre de 2014




Aunque el cielo nublado parecía presagiar lo contrario, algo que había tenido muy preocupado a Lord Brewster desde primeras horas de la mañana, finalmente aquel día no llovió. Porque aquella cita que había organizado era de vital importancia ya que, con grandes esfuerzos, dosis de té y muchos cigarrillos, había conseguido reunir a posibles patrocinadores e inversores así como a una pléyade de personalidades de la política y la sociedad local. El honor de Lord Brewster está en juego, como su futuro tras casi veinte años entregado a la investigación desde que se graduó en ingeniería industrial por la universidad de Oxford, momento en el que tuvo un vago destello en su cabeza pero que su intuición hizo que pensase que podría ser un gran adelanto para la sociedad. Es por eso que ese día estaba tan impaciente mirando el cielo, tan nervioso, comprobando que todo estaba preparado y en su sitio, tan preocupado porque Horatio Hargrave, su más estrecho colaborador, se hallase concentrado. Y llegó el tan esperado momento, cuando se inicia la gran prueba. Al instante, un sepulcral silencio tan solo roto por el ruido de la motocicleta. Treinta segundos más tarde, el clamoroso entusiasmo de los asistentes por tan asombrosa demostración. Ha sido un rotundo éxito que el propio Lord Brewster constata cuando baja del ciclomotor y ve que Horatio apenas tiene un rasguño. Su protector para accidentes, al que tantos años de su vida había dedicado, ha funcionado a la perfección. Aunque lo que Lord Brewster no pudo prever aquel día es que su invento muy pronto fue reemplazado por nuevas protecciones más eficientes.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Sidney Bechet - Blue horizon (1945)