6 de octubre de 2014




Después de tantos anuncios, presagios y profecías aquel 10 de octubre de 1968 llegó el futuro. Había nacido una nueva era, y con ella una profunda excitación que recorrió las entrañas del matrimonio Hamilton. Por fin, tras algo más de veinte años en la empresa, Roger era ascendido a jefe de departamento. Las cosas iban a cambiar, pensaba Margaret, porque en su nueva posición se relacionarían con la flor y nata de Crookston, adquiriendo el estatus de invitados imprescindibles a cualquier acto social que se preciase. El primer paso fue la renovación. Se acabó lo obsoleto, lo anticuado, todo lo que oliese a naftalina, el mobiliario estilo isabelino, la vajilla con imágenes de paisajes bucólicos, los cuadros con escenas de caza, las tapicerías con adornos vegetales, las cortinas bordadas, el gotelé, los zapatos de rejilla, las camisas a cuadros y los vestidos estampados. En poco tiempo y para asombro de sus allegados, los Hamilton se habían convertido en los adalides de la modernidad en Crookston. Transformaron el interior de su casa en un espacio amplio y minimalista al mismo tiempo que adquirieron un nuevo vestuario de rabiosa actualidad que seguía las últimas tendencias de la moda que venía de París. La vida parecía comenzar de nuevo. Pero la realidad fue otra ya que las invitaciones nunca llegaron. Sin embargo Margaret y Roger tampoco le dieron demasiada importancia al asunto porque enseguida lo atribuyeron a la envidia, a la ignorancia y a la estupidez de la mojigata y anquilosada sociedad de Crookston.

(A mi amigo Eduardo Trías, quien también me proporcionó la imagen)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Esquivel - Begin the begine (https://www.youtube.com/watch?v=gnEdQjiL73A)