17 de noviembre de 2014




Yo, que nunca tuve demasiadas ambiciones, que siempre me había dejado arrastrar un poco por los acontecimientos, porque las cosas eran así y tampoco me preocupaban demasiado, y que, para qué negarlo, también me he abandonado a la pereza, me encuentro ahora entregado a una profunda reflexión. Aún no sé muy bien como, pero hace un tiempo noté de repente un hormigueo en mi interior que me carcomía cada vez más a medida que pasaban los días, tanto que ni tan siquiera logro ahora conciliar el sueño. Porque pienso durante horas, mientras estoy ahí, en el zoo. Y aún así intento mantener la concentración en mi quehacer diario. Pero no puedo. No puedo evitar analizar mi pasado, revisar los acontecimientos de mi vida, valorar si realmente cada uno de mis actos me ha proporcionado el camino para conseguir mi plenitud existencial. Porque si la hubiese conseguido, pienso, no estaría ahora sumido en esta angustia vital tratando de hallar una respuesta. De ahí la seriedad que desprende mi semblante. Pero una cosa si sé, que todo este desasosiego comenzó cuando Hans, nuestro nuevo cuidador, tomó la costumbre de poner la lata de disolvente sobre mi caparazón desde la primera vez que vino a limpiarnos.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Frédéric Chopin - Nocturno nº 20 / Claudio Arrau-Piano (https://www.youtube.com/watch?v=Lo41kkt-vsw)